Si yo hacía la carrera en la estación y estaba más avejentada que la arruga fue por culpa de un mal arbitraje judicial. Me harté de explicarle al juez, señoría y todo, que era viuda porque un cocodrilo se había comido a mi marido al caerse de un barco en Senegal. No me creyó ni por piedad y, además, el sueldo de mi ingeniero no era moco de pavo, así que hubieran tenido que darme una mensualidad muy apañada bien que fuera sólo el cincuenta por ciento de su nómina. Es lo que suelen cobrar las viudas ¿no? Pero por más que mi abogado persistía en las querellas, el juez, erre que erre, que no había cadáver. ¡Qué más quería la empresa que me lo contrató en mala hora¡ Me arruinaron. No viendo otra salida, entré en la calle y todavía lloro. Me apodan la Viuda Negra.