GRANADILLA: AUSENCIA DE UN PUEBLO

[Img #38140]A pesar del tiempo ido, lágrimas derramadas, escapularios en vuestros sentimientos, la eternidad de unos días, el atezado pañuelo de la pena, las huellas borradas de la plaza y sus calles, el silencio de las campanas, la hora que no existe, el primer amanecer y el último ocaso, que perderíais aquel sol tan vuestro y aquella luna que quizás se ocultara para esconder su luz y llorar vuestro éxodo, como un pueblo bíblico, que todo se iría muriendo lenta, calladamente como solo lo hacen los suspiros al calor de una lumbre, que os arrebatarían esa vida entre paredes, el canto de los gallos, la estampa dorada de las mieses, el doblar de las campanas por el familiar fallecido, los pasos de unos pies hacia la heredad: la huerta, el prado, el olivar y el río, ese Alagón donde mirabais vuestros rostros y el perfil amurallado de esa Granada… Granadilla, la mirada cotidiana, la llama testigo de los suspiros, que perdisteis ocasos  y seranos como el último adiós a la vida – que suene el Tosca de Puccini -, el último calorcillo del invierno,  que canten los pájaros, las tórtolas, se escuche al búho por la noche, surjan pétalos de geranios para envolver penas y suspiros en el último adiós, que la gente de Granadilla iniciaría el éxodo – sin manifestaciones, ni pancartas -, porque uno es de donde nace el amor y donde yacen lo muertos, que sonarían laudes de lástimas  y suspiros, retinas que grabarían las últimas imágenes de esa estancia viva, que el  dolor se enrocaba como un ofidio y la pila del bautismo se evaporaría…, que un pueblo – villa – es las perras de un bautizo, el pasacalle de una boda, las rondas de los quintos y “el Lázaro resucistasteis” camino del cementerio, el sonido del tamboril, la aceitunera, trajinar y recoger las cosechas, acariciar en la quietud el sol en la puerta del Ayuntamiento, guarecerse de la lluvia, la llegada del correo y la carta del novio o de la novia; y la del “quinto”. Qué sé yo, dilo tu Santayana:”La vida no se ha hecho para comprenderla, sino para vivirla”.

 

Y esa cita estaría, sin duda, entre los brazos pétreos y  medievales de vuestro villa y el castillo señero, faro que iluminara la grandeza de un tiempo lejano y os hablara de códices y pliegos de cordel, de una ascendencia del Medievo, que hasta el Rey Alfonso XIII admiraría vuestras glorias, camino de Las Hurdes, sorprendido ante estampa, y cómo iba él a pensar en los tejados negros hurdanos y esos seres de “otro mundo”, que vaya si andaba mal por las piedras – y menos mal a su bastón -. Y aquí, en vuestra Granadilla, aliviaría la sed él y su comitiva, gracias a unas cervezas frescas de un pozo del Secretario, que, su hijo, me relatara en una carta desde Londres.

 

He pasado en el “agosto, augusto y lento” por esa villa donde todo es reposo y silencio, que, paradójicamente, hasta me parecía oír y sentir vuestros gozos y vuestras penas, quizás la trompeta del alguacil, la llegada del correo, el canto de la alegría y la pena. ¡Qué bella estás Granadilla, qué bella! ¡Pero qué triste estás Granadilla, qué triste!. Por más que hayan pintado las fachadas de tus casas. Sí, porque todo comenzaría por ese río Alagón. Dínoslo, Don Miguel Ortega y Gasset, dínoslo: ”El río abre un cauce y luego el cauce esclaviza al río.” Y tanto, que se alzaría la presa y hasta Gabriel y Galán, quien sabe, si no hubiera derramado versos, pues como hacíais vosotros con el trigo durante la sementera. Qué detrás de la muralla, en las solitarias calles, todo sería silencio, adiós y con Dios, quejas y suspiros, arrancaros los pasos de vuestros pies, que os sabía la villa a pasado y vida, ahora reliquia, ahora a muerte, a pesar de los forasteros que se llevan vuestras casas y recuerdos en sus cámaras digitales.

 

Aún este humilde escribidor, llegaría a ver esa bella dama vuestra, cuando la vida corría por las plazas y las calles; y salían los niños de la escuela, eso: un coro de voces, una vida compartida, que llevo en mis pupilas la imagen del río Alagón bajo el bello puente, en aquel correo que enlazaba el ferrocarril de Hervás con Las Hurdes. En uno de esos viajes, me prendaría de vuestra Villa, del cinturón de muralla, que aún guardo en el sepia de mi memoria, y recuerdo cuando unos jóvenes – qué ha llovido desde entonces – disputaron un partido en una era en el pueblo donde nací.  Quién iba a decirme a mí que me hurtarían ese velo, el perfil del Medievo de Granadilla.

 

En fin, qué duro debe ser ese “destierro”, que lloraríais, cada uno, como un Cid humilde y, quizás, no hubiera consuelo para vosotros /as. Qué vuestro éxodo, no obstante, dejaría una lámina azul, la sensualidad de los frutales, las mansas aguas del Alagón, que acariciasteis y hasta conocerían vuestros cuerpos, ahora vergel y edén en pagos de Galisteo y entiendo tu / vuestro dolor, en  las orillas del Alagón, pagos verdes, cercanos a Coria.

 

Y os canto, desterrados de Granadilla, “porque se canta lo que se pierde”, y lo que, ese éxodo supondría para cada uno de vosotros, y ahora recuerdo nombres de los que os fuisteis con el paisaje y la pena. Con mi amigo, el gran ingeniero, Juan Bonilla, fallecido a los 104 años – con él estuve en la hora de su muerte -, hombre renacentista, leía “El tambor de hojalata” en alemán y me consta sus intentos por salvar Granadilla.

 

Qué fácil es decir que lo mejor del recuerdo es el olvido. No, no. Doy por hecho lágrimas y suspiros en el largo éxodo. Y me han hablado de él. Por ejemplo, Eugenio Jiménez mantiene encendido el pebetero de la ausencia con la “Asociación de los Hijos de Granadilla” y, en estas fechas, hablaréis de ausentes, recordaréis el tiempo ido, que fue de fulano y qué de zutano, anidará/anidaréis, por unas horas, el día 15 de agosto, y oiréis las paredes, daréis una vuelta por la plaza y seréis recuerdo, solo recuerdo, que hasta quizás volarán jilgueros y pardales, alas que se llevaran las penas.

 

Infatigablemente, Eugenio Jiménez lucha, cada año, para conseguir que un sacerdote celebre misa en vuestra bella iglesia, el día 15 de agosto, por los ausentes y presentes. En su pupila, Jiménez Carrero llevará siempre el calvario del éxodo y los ocres y rojos de sus lienzos, el eco de Granadilla y, otro tanto, le ocurrirá a Félix Pinero, vecino digital apoyado en esta columna. Para  todos,  le pido a Dona Haitover que cante y rece una oración y a Stevensón un cielo sobre todos y los pies sobre la tierra.