Cuando se esconda el sol y comience a pardear el próximo viernes, día 3 de octubre, el tamborilero Loreto Galindo, que tiene a orgullo el ser “paletu” (así denominan a los vecinos de Ahigal, y no por ser zafios y palurdos), saldrá con su tamboril y flauta a recorrer las calles del lugar, acompañado por un nutrido grupo de “cuhetéruh”. Luego, acompañará al cura, los mayordomos y otras fuerzas vivas a la ermita del Santo Cristo de los Remedios, en cortejo presidido por la cruz procesional y otras banderas y estandartes.
![Ahigal se dispone a aclamar a su Cristo de los Remedios [Img #39157]](upload/img/periodico/img_39157.jpg)
MISA MOZÁRABE
Al amanecer del día 4 de octubre, la jornada grande y señera de las fiestas, después que el tamborilero desgrana, a primeras horas de la mañana, la folía y el pasacalles de la Aurora y se han enramado las cruces del término y otra de madera y de gran tamaño que el Ayuntamiento coloca frente a la Casa de Concejo, se suceden otros actos religiosos al compás que las campanas repican llamando a misa. Se engalana “El Ramu” con cintas de colores, dulces, frutas y otros obsequios y se le procesiona hasta el templo parroquial.
Tal vez el acto litúrgico más emblemático y que se ha conservado en Ahigal como una auténtica y preciada reliquia sea la Misa Mozárabe, que únicamente se canta por un coro de potentes y vibrantes voces campesinas y varoniles en este día dedicado a homenajear al Cristo de los Remedios. Dentro de esta singular misa, cantada completamente en latín, a la hora del “Incarnatus”, tiene lugar el ritual de “La Cuelga de los Inocentes”, que tiene como objeto el librar a los niños de la hernia y de los demonios.
Después de la misa, hay convite en la cooperativa del Cristo de los Remedios, bien regado por las estimadas pitarras locales. Y por la tarde, tiene lugar el Ofertorio en el atrio de la iglesia, donde se subastan las muchas ofrendas entregadas por los devotos. Finalmente, se traslada la imagen a su ermita, procediéndose al ritual de echar la bandera, bajo los sones del tamborilero. En el trayecto, vuelven a encenderse los “zajumériuh” y, en ocasiones, también se da fuego a otros capazos aceiteros.
Verbenas populares y otros actos profanos también suelen acompañar a estas fiestas, tenidas por los ahigaleños como las más señeras y de mayor tronío de todas cuantas conforman el ciclo anual y festivo de la localidad. Buenas fechas, dentro de este cromático y desbordante otoño, para que el viajero haga una parada en Ahigal y se reencuentre con antiguas liturgias y otros rituales que dieron razón de ser a la vieja comunidad agropastoril que se asentó en la horca que forman el río Alagón y la Rivera del Palomero.






