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UNA REFLEXIÓN SOBRE EL PADRE DAMIÁN Y SU ENFRENTAMIENTO CON LO INCURABLE

OPINIÓN
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¿Cuántas veces habré visto de pequeño la película “Molokai”, con aquél épico Padre Damián, que a todos nos emocionaba? Ahora, el 11 de octubre se conmemora el quinto aniversario de la canonización del misionero belga, que se entregó al cuidado de los más apestados del Planeta en su tiempo: los leprosos.

 

Cuando llegó el 10 de mayo de 1873 a la “colonia de la muerte”, en la Isla de Molokai, el obispo Louis Maigret -vicario apostólico- lo presentó a los colonos como «uno que será un padre para ustedes, y que los ama de tal manera que no tiene vacilaciones en volverse uno de ustedes; vivir y morir con ustedes».

 

¿A qué podría deberse esa actitud del Padre Damián?: Vivir y morir en medio de la enfermedad incurable, como uno más, sin recurrir a las repatriaciones o al trato desigual. Pienso que a tres factores. A saber:

 

Uno: que no se le pasaría por la cabeza, una vez infectado, tener privilegios en medio de los demás desgraciados, permitiendo que a él trataran de salvarlo, llevándoselo de allí, en tanto los demás quedaban abandonados a su mísera suerte. Cuestión literal, por tanto, de solidaridad, caridad, amor cristianos.

 

Segundo: que se había tomado completamente en serio la frase atribuida por Mateo a Jesucristo: “¿Por qué teméis, hombres de poca fe?”. O sea, confiaba en la voluntad divina, en los designios del Señor en quien creía, pues “no se mueve ni la hoja de un árbol sin la voluntad de Dios”. Cuestión, por tanto, de fe cristiana.

 

Tercero: que estaba convencido de que vivimos “en este valle de lágrimas” -como indica la Salve- preparándonos para, “después de este destierro”, “alcanzar las promesas de Nuestro Señor Jesucristo”, o sea la “Gloria”, el “Cielo”. Por ello, dejar la vida no era sino un premio, la comunión eterna con Dios. Cuestión, por tanto, de esperanza y recompensa cristianas.

 

Es decir, el Padre Damián estaba “adornado” por las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. Flojear en ellas -en la mentalidad del misionero que era, del ejecutor de una misión cristiana– es producto de la debilidad humana, y -como consecuencia- una carga social que se transfiere a los demás, de lo que en la actualidad conocemos y sufrimos patentes consecuencias.

 

P.D.- Eso sí, el DIOS de hoy parecen ser las poderosas industrias farmacéuticas, que ¡a saber cómo crean, destruyen y reconstituyen, “solidarizándose caritativamente” con quien puede pagar, instándonos a “tener esperanza en su búsqueda de soluciones oportunas” y “devolviéndonos la fe con su poder”. En fin, las nuevas “virtudes teologales” de un Dios de la Salud que TODO (en el amplio sentido de la palabra “todo”) lo controla.

 

http://moisescayetanorosado.blogspot.com


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