El refrán con que iniciamos esta crónica lo oí de boca de algunos paisanos más de una vez. Si esa sentencia pronunciada en la variante del dialecto astur-leonés que se habla por diferentes zonas de la provincia cacereña la revertimos al castellano, nos diría algo así como “año de setas, siembras prometedoras y abundantes”.
Hasta no hace muchos años, por los pueblos de Tierras de Granadilla tan solo se recogía, como seta comestible, lo que los campesinos conocían simplemente como “el jongu” (Macrolepiota procera y mastoidea). Con unos granos de sal y puesta sobre las brasas, esta seta, siendo pequeños, deleitaba nuestros paladares cuando nos las traían nuestros abuelos y padres, que las hallaban en su trajinar en las faenas agropastoriles. Por Las Hurdes, había otras dos especies que, aparte del “jongu”, se recogían para su consumo: la seta de madroñera (Ramaria áurea) y la seta de monte (Ramaria Botrytis). A raíz de la repoblación forestal con “pinus pinaster” en numerosas áreas de ambas comarcas, el níscalo (Lactarius deliciosus) pasó a formar parte de la dieta culinaria.
JONGARRAS
Tiempos hubo, bastante recientes, en que estas setas se cotizaron muy bien, por lo que muchos vecinos abandonaban la recogida otoñal de la aceituna de mesa y se iban a recorrer lejanas provincias e incluso zonas de Portugal, trayendo sus vehículos hasta los topes. Pioneros fueron numerosos vecinos de la localidad de Santibáñez el Bajo, que hicieron sus pequeñas o medianas fortunas con tales recolecciones. Incluso en esta localidad montó un secadero de setas el vecino Heliodoro Gil Martín, “Boquiqui”, que daba trabajo a varias mujeres. También la asociación cultural “La Buranca”, de dicho lugar, montó, de la mano del matrimonio formado por Juan Fenollera Gutiérrez y Carmen de Miera Chauvín, diversas exposiciones y degustaciones micológicas.