Nos queda muy grande nuestra tierra de Extremadura, desde el Norte hasta el Sur, desde el Este hasta el Oeste considerable extensión, que yo descubriría, ya hace muchos lustros, en aquel viejo tren “Vía de la Plata” – el viaje al Sur -, donde tanta historia se escribiría y tristemente desaparecida la nube negra de aquel tren, que abriría mis ojos a una tierra hermosa y llana, tierra de Barros y aquellos pueblos blancos y grandes, tan lejanos de los míos, aledaños a Las Hurdes y Sierra de Gata. Con esa mirada prendida en el paisaje, los llevo aún en buen estado, el humo – el humo de la locomotora – que también ciega tus ojos – los Platers -, como una canción. Qué iba yo a saber adolescente de la historia que ocultaban esos pueblos blancos, como los andaluces, caricia y paisajes emotivos desde el tren, que los recuerdo como estampas dormidas sobre las sábanas del tiempo, Tierra de Barros, tan similar a Castilla y, sin embargo, tan distinta. Quién me contaría que de Los Santos de Maimona era un personaje legendario como Diego Hidalgo Durán, extremeño pienso que desconocido para una vida tan fascinante como novelesca, ministro de la Guerra con Lerroux, asesor personal de Franco, intervendría en la insurrección asturiana de octubre de 1934, hombre del exilio, buscado como el trofeo más preciado, vida de película, de bisabuelo liberal… “Que en mi casa se respiró siempre – decía – un ambiente contrario a la monarquía”, y que recordara de su infancia los acordes del himno de Riego”, según escribe en sus Memorias. Y cuando estudiaba en el Colegio de San José de Villafranca de los Barros, en la cubierta de sus cuadernos, se leía: ”Diego Hidalgo Durán, jefe del Partido Republicano… del Colegio.”
Qué gran extremeño, notario a los veintitrés años, en 1928 viajaría para estudiar la organización del notariado en Rusia y, dos años después, se revela como un gran hombre político, defensor de la Reforma Agraria, Diputado a Cortes, ministro de la Guerra en 1934. Qué difícil es sintetizar una vida tan densa como vivida. Franco le llamaría para sofocar la represión de Asturias – hay, en este sentido, muchas versiones -.
La contienda incivil le sorprendería en Valencia y conseguiría salir de un infierno de busca y captura, hasta que, por fin, disfrazado de cabo de máquinas, en el barco argentino Tucumán llegaría a Marsella. El Frente Popular y, posteriormente, los falangistas no cesaban en su busca y captura.
En junio de 1939, llegaría la hora del regreso a España y Diego Hidalgo utilizaría su amistad con Franco para conseguir el indulto de treinta y nueve republicanos condenados a muerte y la ayuda a los españoles exiliados a tramitar su repatriación, entre estos, Alejandro Lerrox, que se hallaba en Estoril.
Además, Diego Hidalgo era un hombre de letras en las que rezuma su amor por España, Extremadura y Los Santos de Maimona. Y dedica, parte de tu tiempo, a escribir la vida de “José Antonio Saravia, de estudiante extremeño a general de los Ejércitos del Zar”. También sus impresiones de Nueva York del español del siglo XIX que no sabe inglés.
Es la de Don Diego, pues, una vida tan intensa como novelesca, esas vidas que brotan de la Extremadura nuestra, de esa laurentina “Extremadura, fantasía heroica”. La vida de Diego Hidalgo la ha “vivido” y la ha contado, con cariño y belleza, Concha Muñoz Tinoco. Cuánto cuesta resumir biografías como la de Diego Hidalgo, por la grandeza del personaje y su aventura, propia de los extremeños.