Qué lejana queda toda esa época sí, recuerdo sepia, correría la sangre joven como un riachuelo por mis arterias y venas, el espíritu abierto al gran balcón de la vida, cuando hasta existe una rara vulgaridad de la muerte, que el peligro resulta existencial, el sol más brillante que nunca, las aulas llenas de sueños, aquel Campus Universitario de la Complutense, años del Franquismo, los caballos en el torneo represivo del pensamiento, las herraduras pisando ideales. ¡Ay aquellos años de sueños y nostalgias!. La maldita piedra que dejaría su pincelada en la tierna piel de mi cabeza. El furgón gris de la época, la llegada al patio del actual edificio de la Casa de Correos – hoy sede de Presidencia de la Comunidad Madrileña, la identificación, las celdas – los famosos calabozos de sol -. Cuánto podría escribir de ellos, aquel día en que la libertad de Prensa la mancharía el rojo de mi sangre. El Comisario Yagüe, la violencia de los policías…, el “seiscientos” abandonado, la cura en la enfermería abecedaria, el editorial de Abc, la triste noticia de un día – la tarde consolado por compañeros -. Casi medio siglo. “No pasa el tiempo, pasamos nosotros”. El compañero José Oneto, estudiantes de gente bien, un nieto de Pemán, mi estrafalario vendaje – al día siguiente jugaba España contra Turquía -, y yo disimulando, en la salida, a la altura del kilómetro cero, Puerta del Sol, calabozos del Infierno. Aquel “Le Monde” lejano – y José Antonio Novais, corresponsal y paisano -, las ondas de Radio España Independiente y mi nombre en los vencejos de la tarde /noche hasta el aparato de radio de casa, la sorpresa de mis padres…
Eso de ser noticia por un momento; lo opuesto al periodista. Yo viviría y sentiría ese dolor del alma cuando el espíritu del hombre sabe lo que es la libertad, cuánto cuesta en el principio y fin del espíritu, de un aire contaminado, de no ser quien eres, libertad, libertad, libertad. Eran los calabozos de Sol – La puerta del Sol -, en el “rompeolas de todas las Españas.” Allí, donde sentiría el verdugo atezado de la represión, ahí, muchos años después, Ruiz Gallardón tendría su despacho. Lo que es la vida, en una redada de políticos, estaba Ruiz – Gallardón padre; su hijo ocuparía el piso noble, naturalmente, en el período democrático. Cuantos nombres sonoros pasarían por allí. Haro Tecglen acudió un día a visitar a Bardem y el jefe de lo político – social le permitiría visitarlo, tras decir que un rico burgués no podía ser comunista. Siempre recordaría aquella voz y estas palabras:”¡Que suban al Bardem!”, y subiría atemorizado.
Para los ideales, aquel sol era una hucha oxidada. Camilo José Cela sentiría miedo a pesar de ir acompañado por Eugenio Suárez, con el fin de que le dieran un pasaporte. En ese edificio ardía una maleza de hedores y desprendía pánico. El escolta de un personaje muy conocido, decía: ”Vengo harto de dar palizas”, mientras enseñaba su mano enorme y rojiza. Qué masoquismo. Por aquellas rejas, se oían lamentos, a pesar de estar tapadas por hierro agujereado. Después la vigilaban los guardias.
Ahora, muy pocos paseantes, desconocen el horror que ardía entre esos muros. Y estos nombres: Casa de Correos, Ministerio de Gobernación, Dirección General de Seguridad, Casa de la República y el 14 de abril de 1931, plaza de banderas e himnos republicanos, cuando Alfonso XIII emprendería el camino del exilio. Ahora la historia duerme, el tiempo se acuesta y, quizás, en la noche madrileña, larga y lejana, llegue el eco de algún lamento, el de unas palabras que arderán, quien sabe a qué hora, como si nos anunciaran que el pasado estará enterrado y el sol, cada mañana, sale para todos.