Durante toda la temporada hemos asistido a graves cornadas recibidas por toreros más o menos jóvenes. Un famoso ha llegado a decir que es mejor una cornada que un paso atrás en su profesión. Siempre que esto sucede, se abre la secular controversia sobre si debe o no suprimirse la fiesta nacional. Hay dos posiciones extremas. Unos se oponen a la fiesta considerando que nadie debe arriesgar su vida compitiendo con un animal e intentan luchar para que se acabe este ancestral espectáculo y los otros consideran que debe continuar la tradición cultural.
Sin duda muchos de los intelectuales de nuestro país son y han sido partidarios de las corridas de toros. Ortega y Gasset fue uno de ellos y lo mismo puede decirse de los excelentes pensadores de hoy que son sus más acendrados defensores, aunque hay también importantes excepciones. El extraordinario escritor Manuel Vicent todos los años al comenzar la feria de San Isidro de Madrid publica un magnifico artículo contra los toros. Su “manifiesto” se espera con expectación. Parece que los festejos no pueden empezar hasta que aparezca su combativa columna. Sin embargo, a pesar de sus estremecedoras descripciones pocos secundan su teoría anti taurina. Se comenta el ingenio del escritor y su excelente prosa pero resulta el niño terrible, el periodista extravagante que se queda aislado en su planteamiento. En contra de la fiesta se han pronunciado también las periodistas Ángeles Caso y Rosa Montero y es grande el mérito de esta escritora porque su padre pertenecía al gremio taurino, según ella misma ha manifestado.
Resulta paradójico, por otra parte, que revistas y periódicos que despliegan amplia información apoyando las corridas inserten a la vez viñetas del humorista de plantilla en las que presentan los horrores de la fiesta. En una de estas aparece un toro sentado en la silla eléctrica y el torero aprieta el interruptor para matarle. El pie del dibujo dice: “San Isidro del año 2.025: a pesar de mantener el arte y asumir lo sublime de la fiesta, las corridas se han hecho más cortas desde que se descubrió que tortura y muerte eran la esencia del espectáculo taurino” y en otra de ellas el toro sangrando le dice al torero: “Tu no eres diestro, eres siniestro”.
A veces la prensa divulga los tormentos que se aplican a los toros en las fiestas de algunos pueblos como soltar a los animales por las calles clavándolos alfileres en el lomo, colocarles bolas de fuego en los cuernos y otras barbaridades semejantes. Hay cierto estremecimiento por ello sobre todo si alguien muere o es gravemente herido pero ahí se acaba todo, aunque afortunadamente van desapareciendo estas tremendas prácticas.
Es cierto que los sacrificios de animales son muy antiguos. Parece que nacieron como sustitutos de los que se aplicaban a seres humanos. A veces se sacrificaba a una doncella del lugar, lo que revela que existía la costumbre de hacerlo. El pueblo griego dulcificó este sacrificio a los dioses creando las fiestas “hecatombeas” – palabra derivada como sabemos, de ekatón, cien, y bous buey- en ellas se mataba a cien toros en honor del dios Apolo. Festejos parecidos tenían lugar en Esparta y en Egina.El toro era la victima más común. Los de color negro se ofrecían a Neptuno, a Plutón y a los dioses infernales. Su martirio constituía un rito del culto a los muertos pero jamás se les hizo enfrentarse a los hombres. Según Jaime de Armiñan, la Iglesia también se opuso a las corridas en la época de Felipe II, pero el rey consiguió su permanencia.
Tal vez la causa de que las corridas de toros prosigan a lo largo de la historia se debe a la dificultad que tiene nuestro cerebro para librarse de atavismos muy arraigados. Los que defienden la continuidad de la fiesta apelan a estos antecedentes para concluir que siempre ha existido la lucha entre los animales y el hombre, lucha que es absolutamente noble. Dicen además que antes deberían combatirse otras situaciones de tortura como guerras, hambrunas, pandemias etc. Mantienen que el toro se cría con esmero y el enfrentamiento con el torero se hace en buena lid. Pero lo cierto es que matar a un toro como se hace en las corridas es un ritual terrible, aunque lo hayamos presenciado desde niños y nuestra memoria lo asocie a otras diversiones de las ferias y fiestas populares que nada tienen de violentas, como desfiles callejeros con bandas municipales, pregones o títeres que nos sirven de esparcimiento. Ningún ser humano debe exponerse al riesgo de enfrentarse con un animal expresamente preparado para atacar. No es admisible que un hombre arriesgue su vida para “entretener” a sus conciudadanos. El riesgo del torero es patente. Se han producido muchas muertes y serios problemas físicos.
Recordemos, además, que algunos profesionales del toreo han ejercido “su oficio” con menos de 14 años y como ha pasado alguna vez, un joven, casi un niño ha sufrido una cogida terrible que puede dejarle graves secuelas, cuando debía estar estudiando en el colegio, protegido por el sistema. Sin duda debe acabar esa atrocidad que pone en peligro la vida de un menor, lo mismo que no se les permite subirse a un trapecio o hacer funambulismo.
“Herido está de muerte, el pueblo que con sangre se divierte.”. Es un simple ripio que han hecho suyo los detractores de las corridas del que se mofan los simpatizantes de la fiesta, pero circunloquios aparte las corridas llevan consigo dolor y muerte. Esperemos que llegue el día en que se rechace esta inicua práctica aunque ello suponga la extinción de todo un entramado industrial.
Oponerse a los toros no excluye que se clame contra otras situaciones dolorosas como el genocidio, el hambre y las torturas a otros animales. No tenemos capacidad para evitar estas crueldades ni medios para acabar con ese sufrimiento y sin embargo si es posible terminar con un espectáculo cruento. No es necesario prohibir bastaría con una reprobación social generalizada que por el momento no parece cercana. España sigue siendo devota de Frascuelo, como decía Machado en el bello poema que dedicó a Castrovido, aquél torero apellidado Sánchez Cano que fue rival de El Lagartijo.La opinión española de principios del siglo pasado se dividió apoyando a uno o al otro. Pero estamos en el siglo XXI, los avances de la ciencia son extraordinarios. El ser humano ha conseguido cosas sublimes, como el trasplante de órganos para salvar vidas o ir a la luna, pero los toros siguen existiendo y lo más triste es que cuando alguien se atreve a oponerse a ese cruel festejo, es ridiculizado cuando se aboga por la racionalidad en la relación del ser humano con los animales. Esperemos que llegue un día no lejano en que se acabe la “fiesta” y las generaciones venideras ni siquiera recuerden lo que eran las corridas que tanto celebraban sus antepasados.