LOS CAZATURISTAS ROMANOS

[Img #42113]Son  una especie singular. Como los buitres de Monfragüe, ahora que se está celebrando la Feria Ornitológica 2015. Están al acecho o esperar a recibir los despojos. Lo cierto es que no se les escapa la presa, a no ser que te conviertas en uno más del entorno. En Roma, de donde acabo de llegar, hay cazaturistas por todos los rincones del centro. Bien sea para venderte un paquete conjunto Museos Vaticanos con la Basílica de San Pedro (la entrada en todas las basílicas romanas es gratuita pero ellos la venden como tal cosa), bien al mediodía y al caer la tarde donde los reclamos se ponen a las puertas de los restaurantes para cazar al turista cansado y hambriento después de tanto patear la ciudad.

 

Un tanto de lo mismo sucede en las principales ciudades de nuestro país, o sea que aquí se copian los unos a los otros porque no se inventa nada nuevo. Son las más turísticas y  los visitantes se ven sometidos al acoso y derribo por parte de unos jovencísimos cazaturistas que no tienen nada que envidiar a los de la capital italiana. El negocio es el negocio. La pela es la pela. Y en buena parte de casos las economías familiares de estos restaurantes o casas de comida se deben a ellos.

 

Lo que no tienen nuestros políticos –menos mal–, es la caradura del alcalde de Roma por haber afianzado un impuesto al turista que se aloja en un hotel y que va de los diez a los cuatro euros por noche, dependiendo de la categoría del establecimiento hotelero. Si se dijera que el citado impuesto sirviese para que la ciudad estuviera más limpia o los policías menos irascibles cuando se les pregunta algo podría haber una explicación. Todo lo contrario. Roma huele a detritus, está sucia, multitud de mendigos duermen en la calle, en las rejillas que sirven de respiraderos de las dos escasas líneas de metro que es preferible no coger por la masificación de personas y el temor a los carteristas; en fin, que lo que ha llevado a cabo el alcalde de Roma es un despropósito mayúsculo.

 

Además, la decisión del edil, convierte a cada hotel en una oficina de recaudación de impuestos y los hoteleros están que trinan, mientras exhiben a sus clientes un documento firmado por su Federación contrario al citado impuesto, sobre todo los de mayor categoría temerosos de que los visitantes prefieran los de menos clase y así ahorrarse algunos euros.

 

Ya en la Comunidad Valencia hubo un alcalde, no recuerdo de qué partido, que intentó hacer algo parecido, pero se encontró con la oposición de todos los dueños de hoteles, que se vieron arropados por todos los sectores de la hostelería y de los que viven gracias al turismo, además de la unanimidad de los vecinos, pues todo el pueblo espera ansioso el turismo, y acabó desistiendo de su torpeza.

 

Pero, y volviendo a los cazaturistas, no es bueno ni es malo que existan, solo que se hacen muy molestos. En mi caso no tuve que aguantarlos largo tiempo, porque ya viene uno curtido de algunas batallas, pero aun así el primero y el segundo día se me echaban encima. Uno que está de buen año les decía “adelgazata” y desistían de perseverar.

 

Aún con todo y con eso, Roma es una ciudad que hay que visitar por lo menos una vez en la vida. Si se es cristiano mucho más, y empaparse de su rica historia, de la que provenimos y dejarse, quizá, atrapar por algún cazaturista de vez en cuando para saber más y más.

 

No quisiera terminar sin dar las gracias al Hotel Orange, en Vía Crezencio, pues gracias a sus excepcionales recepcionistas conocí  a Aldo, María del Carmen y Francesca, padres e hija, que regentan la Taverna Varrone sita en la calle del mismo nombre y a escasos 150 metros de la Ciudad del Vaticano. Se trata de un local típico romano, donde sirven unas verduras de la tierra que están deliciosas, y todo tipo de pastas, carnes y pescados. Además, Aldo, María del Carmen y Francesca se han ganado una parte de mi corazoncito por el cariño que me han dispensado en todo momento. Y ¡ojo!, que a pesar de estar en el centro neurálgico de Roma y del turismo, los precios son una baratija comparados con la calidad de los manjares que sirven y la delicadeza con la que te tratan. En mi caso, sólo puedo darles las gracias y decirles que la próxima vez que vaya a Roma tiene un cliente-amigo fijo.