LA VOZ DE LOS POBRES

En más de una ocasión la pereza, el miedo, la adversidad… han cubierto mi ser de apatía a la hora de expresar mis pensamientos o actuar en defensa de algo. En todos esos momentos me he preguntado por qué debía molestarme en alzar la voz o mover un simple dedo en un determinado sentido. Soy una pobre ciudadana, cuya voz y voto apenas cuenta para la sociedad en que vivo. O, al menos, tal vez influenciada por mi entorno, me siento así: diminuta, insignificante… Por lo tanto, desde mi pobreza, hablar, actuar… en vez de ayudarme a alcanzar mi objetivo, me  enfrentaría a aquellos que piensan o se mueven en otra dirección. Y, lógicamente, ante mis hacendados adversarios, ganaría grandes enemigos. Nada aconsejable.

 

 Pero si no expreso mis sentimientos a través de un lenguaje oral o escrito ¿sabrán mis semejantes como soy realmente? Evidentemente no, porque soy el único ser que conoce mi manera de ser, pensar…  Y ¿quién defenderá mis derechos si yo no me atrevo a hacer tal cosa? Está claro que nadie luchará por mí. Nadie me sacará las castañas del fuego para que las ingiera en el momento oportuno. Así que si quiero comer, cuando tenga hambre, he de cocinar mis propios alimentos. Y sazonarlos a mi gusto.

 

 Según el artículo 14 de la Constitución Española de 1978, los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social. Aunque esto no sea falso, tampoco me parece completamente cierto. Desde el inicio del mundo hasta el final de los siglos los poderosos han gozado, gozan y gozarán de ciertos privilegios que para el pueblo llano estuvieron, están y estarán vetados. Incluso en regímenes democráticos, como el que está vigente en España, aunque el pez grande no se coma al pequeño, lo muerde; lo explota, aprovechándose de su pequeñez.

 

“Por mucho que valga un hombre, no tendrá valor más alto que el de ser hombre” dijo Antonio Machado, poeta sevillano del siglo XX. Tanto en el mencionado siglo como en este, las personas debemos sentirnos orgullosas de ser lo que, sobre todo, somos: personas. Y no olvidemos que en la actualidad habría esclavos, las mujeres seguirían siendo títeres en manos de los hombres o por los mismos serían tratadas como a menores de edad, las personas con discapacidad estarían encerradas en sus casas o en instituciones… si nadie hubiese tenido el valor de luchar por la abolición de la esclavitud, la igualdad de ambos sexo, la inclusión social de las personas con diversidad funcional… Por eso, los que estamos sentados en la ancha base de la pirámide social, no hemos de tener miedo ni pereza para hablar y movernos por lograr aquello que deseamos y como seres humanos nos pertenece. Y si cada sector desfavorecido aúna las palabras y los esfuerzos de sus miembros, dichas palabras y esfuerzos aumentan de peso, adquieren más valor; porque en la unión radica la fuerza de los pueblos.