El monodiálogo provocador y reflexivo con que el numeroso público que admira al cacereño Santi Senso, incondicional en nuestro Festival Clásico,y que rompe muchas convenciones teatrales, trata de que indaguemos el sentido de la vida,vista desde la única y máxima certeza, la de nuestra mortalidad y futurible inmortalidad.
Después de una “larga espera de cortesía”, cinco jóvenes instrumentistas y después velados, comienzan a jugar a sentarse en las 4 sillas e ir excluyendo a uno cada vez, insinuando que el excluido está separado de la vida, que es como un juego fatal; después esas illas se transformarán en la barca de Caronte. Este yace hecho un negro ovillo sobre un fondo blanco y aromatizado. Al poco se va incorporando de dicha postura fetal, como si naciera y se nos va presentando y desvelando su rostro ojeroso y cansino. Nos cuenta su larga experiencia de barquero, que transporta a todo tipo de personas y personajes desde esta vida a la otra, cruzando la laguna o río Estigia, siempre que traigan en la boca una moneda.
Se despoja del manto y aparece con el torso desnudo, una vestidura griega talar y una larguísima trenza, con la que juega, al tiempo que interpela al público sobre quién teme a la muerte, quién quiere acompañarle en su barca, quién quiere ser inmortal. Él comprende que “la muerte es una putada y que todos disfrutemos al máximo de la vida”. Pero a los que quieran acompañarle, que les tiren monedas, que él recoge ávidamente en el escenario y después las despreciará. Comprende que algunos ancianos como su abuela Juana Carretero, a la que le dedica la función, y que está moribunda en el hospital, quiera descansar de su larga vida, como él, después de tantos siglos remando.
Por ello pide que alguien del público le sustituya empuñando su largo y paterno remo (se lo hizo su homónimo padre, que después saldrá a saludar). Salió un espectador que enseguida abandona, pues no le han dado la prometida moneda. Sigue hablando y provocando la reflexión y el diálogo con el público, entre ellos a algunos nombra y otros le responden si quieren o no morir y por qué.
Y al son de un pandero y de una melódica nana que interpreta la cubana partenaire Cary Rosa Varona, envuelta, cual erótica diosa, en una vaporosa túnica helena, adornada de un rico collar, se acerca a él, lo desnuda y tirando de su larga trenza, pasea su estética desnudez, mientras le canta una bella canción hispanoamericana, fundiéndose al final en un amoroso abrazo.