La gran actriz y diva castellana Charo López, “inmortalizada en Los gozos y las sombras por su risa salvaje, la voz quemada y su perfil de moneda griega” u otros filmes y series televisivas ha vuelto a Cáceres. En esta ocasión para verla como Celestina, ese personaje “tan libre que nos hace reír, llorar, pensar, soñar y nos lleva en la corriente de sus OJOS DE AGUA”, paseada por España merced a cuatro productoras.
Físicamente no daba mucho el personaje de “la vieja puta Celestina” con su ajado atractivo, porque la belleza madura de Charo más nos recordaba a una madame o señorona madrileña en plenitud; pero sí expresó bellamente dicho mito literario universal, “con su inteligencia a dentelladas y su inteligencia oculta destella un gran poder femenino en la sombra y al final caer víctima de su propia astucia”.
La provocadora protagonista nos regaló “un largo monólogo sobre el tiempo gozado y perdido, el sexo como placer y como arma, la belleza como regalo y condena, la alegría de vivir a pesar de todo”. Estos tan sugerentes fragmentos de la genial obra de Fernando de Rojas, bien arreglados por Álvaro Tato, que a veces leía, apoyada en un atril, suscitó frecuentes risas entre el público que celebraba ese carácter libertino en gestos y desenvuelto en expresiones procaces dichas con bastante gracia y cambiando bien de registros; la única objeción es que en la segunda parte de la obra, al representar su progresivo envejecimiento, iba perdiendo potencia de voz y a veces resultaba casi inaudible.
Estuvo arropada desde el principio por un admirable guitarrista, Antonio Trapote, que celebró magistralmente su onomástica y el caleidoscópico Espíritu de Pármeno, Fran García, en cuanto que fue meteórico presentador, excelente cantante con una prodigiosa voz bien modulada e interpretó a otros personajes: narrador de las muertes de Calisto y Melibea representando sus caídas tirando al suelo unos bultos de ropa, así como del padre de Melibea, el dramático Pleberio. La propia Charo López, además de comentar su personaje, haciendo guiños al público como cuando preguntaba cuántos pecadores que hubieran caído en los 7 pecados capitales, sin obtener apenas respuestas, interpretó a la pareja de amantes identificándolos con una redomas y vasos imitando sus voces cual experta ventrílocua: esta escasez de reparto, fruto de la crisis, le permitió dicho alarde interpretativo y le confería un sobrio pero eficaz montaje, bien dirigido por Yayo Cáceres.
Una larguísima ovación a la gran pareja de intérpretes con su buen músico cerró una digna representación, quizá no tan extraordinaria como en otras ocasiones.