Todas las horas tienen sesenta minutos. Los minutos, sesenta segundos. Y las agujas de los relojes que funcionan correctamente, avanzan al ritmo estipulado; que, lógicamente, siempre es el mismo. Sin embargo el hombre, sabiendo que todo esto es completamente cierto, a veces tiene una percepción distinta del transcurso del tiempo. Para un ser que está esperando compartir unos minutos con otro u otros, para quien se aburre por falta de actividades o por desarrollar una actividad que no le satisface y, sobre todo, para el que vive aciagos momentos… el tiempo avanza muy despacio, e incluso parece dormirse o detenerse a descansar a ratos. En cambio para aquel que está hablando, bailando con una persona de su agrado o para el lector que se haya leyendo uno de sus libros favoritos, el tiempo es un caballo que galopa hacia la meta.
Pero esto no sólo ocurre con el paso del tiempo, sino con todas las facetas de la vida. Cada cual tiene su propia versión de los hechos. Y cuando cada uno los expone a los demás refleja inconscientemente sus propias vivencias y criterios. No nos extrañemos, pues, de que incluso la historia de un pueblo no sea todo lo verídica que debiera ser, ya que ha sido narrado por un concreto historiador y en una época determinada. Aunque debemos procurar ser lo más objetivos posibles, tampoco hemos de olvidarnos que tenemos cabeza y corazón. Somos sujetos. Y por lo tanto, subjetivos.
