Una entrevista en un medio nacional, a Gregorio Luri, doctor en Filosofía, escritor y experto en Pedagogía, me ha hecho reflexionar. Sus comentarios han dado otras respuestas a muchas de mis preguntas en relación a la educación.
Esta sociedad tecnológica en la que vivimos tiende a simplificar. En contra de los eslóganes publicitarios al uso, no es cierto que en el «on» y en el «of» estén todas las soluciones. Los humanos no estamos «apagados» o «encendidos» y ya está. Sucede así, muchas veces, que la realidad y la teoría no se asemejan mucho, ni siquiera se complementan. Que se pregonan multitud de preceptos bienintencionados que luego en la práctica son muy difíciles de ejecutar. Y no hay que buscar chivos expiatorios necesariamente. O seguro que hay muchos, que «entre todos la mataron y ella sola se murió»
Llevo tiempo en la profesión y se de lo que hablo. Como muy bien dice Luri, aprendemos por los ojos, no por el oído, así que es el ejemplo el que clarifica lo que se debe hacer y no los preceptos teóricos de los estudiosos.
Vivimos una etapa normalizada y democratizada por abajo, sobre los mínimos y no sobre los máximos, sobre el sentimiento igualitario y no sobre el de la excelencia. En general, al que sobresale, en cualquier orden de la vida, se le suele tildar de ambicioso, de individualista, de insolidario, en vez de tomar buena nota de sus acciones (me refiero, claro, al excelente, no al arribista).
Creo que la democracia, en su deseo de normalización y de reparto equitativo de las posibilidades para todos, ha traído sin quererlo una fragilidad a la hora de exigir de las personas un mayor esfuerzo y una mayor autonomía del grupo. Todos a una y todos mediocres, en gran número de casos, sin distingos de situaciones o de personas o necesidades. Por eso, quizá es difícil, encontrar verdaderos líderes, hoy en día. Existen los caciques, los jefes, pero no verdaderos líderes con un pensamiento profundamente transformador, y a los pocos que aún existen se les humilla, haciendo creer a todo el mundo, susceptible de convencer, que son ególatras que solo van a lo suyo. O resentidos.
Pero la consecución de la autonomía personal es un fin en sí mismo. Y palabras como carácter, coraje, esfuerzo, trabajo… son términos llenos de fuerza y de razón en nuestro mundo. Como lo son, el conocimiento, la cultura, el interés…
Es bastante absurdo pretender que el ignorante aprenda algo que no sabe que debe aprender. Por eso la motivación va siempre detrás de la adquisición de conocimientos y no antes como pregonamos. Como lo es esa conmiseración letal con los más débiles, intelectual o económicamente hablando, porque el que no tiene necesita recursos no solo económicos, también intelectuales que le ayuden a salir de su situación y lograr una mejor. Y no solo, simpatía o solidaridad.
El subsidio, per se, empieza a revelarse como algo que no crea hábitos constructivos, que no enseña a «pescar». Los pactos por la Educación cada vez serán más difíciles en una sociedad en donde el ciudadano tiene libertad para tener, o no, una determinada creencia, ideología política, orientación sexual o modelo de familia, y que no debiera dejar solo en manos del Estado la educación de sus hijos. La familia no puede, no debiera delegar todo en la escuela, en la administración.
Amigos, queda mucho por hacer y queda camino por el que deben transitar, con ética personal, todos cuántos crean que la evolución y el cambio es posible, y no meras interpretaciones en el gran teatro de la política. Ese, en el que es posible hacer una cosa y predicar otra.