LA MALA PRAXIS

La verdad es que el gusto da para todo. España celebra el 1 de noviembre llenando de flores los
camposantos y al mismo tiempo disfraza a sus hijos de seres esqueléticos y brujas para recordar
el Halloween. La tradición y el consumismo cogidos de la cintura, como esas parejas de película.
Americana. Y en vaso corto, es posible.

La carretera a la vuelta es una caravana de luces, desdibujadas por la lluvia que cae sin parar.
Llueve que te llueve por la autovía, que otros mucho antes que yo transitaron, me ha dado por
pensar en esa fuerza de la mala praxis política que hace decir a unos todo lo malo de los otros
cuando (cinismo por cinismo) debieran ponerse de acuerdo para no morder demasiado la
manzana, que luego se termina y a ver de dónde se come para sobrevivir.

Durante unos años los populares han venido martilleando, con dedicación absoluta, el despilfarro
de las cuentas públicas por parte de los partidos de izquierda. Y los votantes los creyeron. A la luz
de ciertos casos concretos y muy definidos en que ello fue verdad, atornillaron a la mente
colectiva el argumento de que era necesaria la restricción económica (y de otros tipos) para salir
de la crisis de la que los anteriores eran únicos responsables. Hacer carreteras, construir colegios,
centros de salud o casas de cultura fue tipificado de despilfarros sin límites. Mantener la población
en los pueblos, también. Y lo curioso fue, que ayudados por ejemplos escasos pero precisos,
aireados suficientemente, fueron creídos por el personal. Y se votó al PP de forma generalizada.
Aceptando que lo correcto era su idea del bien común.

Ahora que ha pasado más de una legislatura, el péndulo se inclina hacia la otra parte, con igual
fuerza, con idéntica precisión. Todo lo hecho, mal está. Inexorablemente. A la hoguera, pues, con
los actuales. Busquemos otras vías, otras esperanzas, experimentemos. Entre programas inocuos
(y no tanto) absorbidos desde nuestro sillón y nuestra tele después de cenar. Con buena estética.
Los líderes haciendo equilibrismos, subiendo y bajando de obstáculos, para demostrar que lo
valen.

La soledad de los hombres es tal que siempre han de buscar al grupo para sumergirse en él, a ver
si así no se les nota demasiado. Para sobrevivir anímicamente. Para contraatacar. Los más
ambiciosos recorren la vida buscando nuevos caminos, bajo pretextos, en unas ocasiones más
auténticos que en otras, pero siempre definidos como modernidad. Ah, el progreso, el progreso…
Y luego están los territorios, unos más maduros y autónomos que otros. O, por el contrario, más
necesitados. O no tanto. Los hay también más valientes en el riesgo. O más dependientes de sus
gobernantes. O menos preparados. O con el síndrome de Peter Pan, ese niño que no quería
crecer.

Porque desde luego está claro que no hay mayor injusticia que tratar lo diferente como si fuera
igual. Suponer que lo válido para unos es válido para todos. Manejar las irregularidades con reglas
planas incapaces de captar las curvas. Aceptar que los individuos son siempre menores de edad.
O que siempre nos necesitan. Porque no es así. Los mesianismos tan fuera de moda y de
contexto.

Dicen mis colegas universitarios que alguna vez habrá que reivindicar lo correcto en cada espacio
y grupo, pues no podemos estar siempre haciendo SOLO las comparaciones con los que se
mueven en circunstancias peores. Porque así nadie mejora. Puede.