QUE VEINTE AÑOS NO ES NADA

Para cuando quisimos darnos cuenta habían pasado 25 años. «Eso no es nada» dijeron ellas y
ellos en la emoción del momento. Pero vaya si es!. Solo hubo que comparar las fotos de ahora y
de entonces. Las caras, el pelo, la figura. Y lo supimos.

Han pasado 25 años y lo que hay que desear es que haya sido para bien. Para la mayoría sí. Me
estoy refiriendo al grupo de personas que este fin de semana celebraron las bodas de plata de su
promoción de maestros. Y alegres por celebrarlo!

La mayoría trabajan de profesores en su especialidad, con niños de cero a seis años. Una de las
maestras leyó un poema (porque poema era a pesar de estar escrito en prosa) destacando la
belleza de la ingenuidad de los peques, el amor que reciben de ellos, el sentimiento de
importancia que aquellos les conceden todos los días, desde que entran hasta que salen en el
aula («ese quitarle los mocos a las estrellas del desfile no tiene parangón» -dijo-). Y todos los
asistentes sonreímos.

También había personas que se han inclinado por derroteros profesionales distintos, pero aún ahí
les sigue funcionando el concepto de que la formación hace al hombre (y a la mujer) y es preciso
incorporarla en el día a dia. Luego dimos una vuelta por el edificio, sopesando los cambios. Nada
está igual, la vida…

Me invitaron porque en su época de estudios, yo era la responsable del Centro y me sienten como
parte del todo. Desde la emotividad quise agradecérselo. Luego al volver a casa, pensé en lo
rápido que han pasado los años, enfrascado cada quien en su hacer específico. Con la certeza de
que algunas cosas ya no volverán. O al menos no de la misma forma.

Si la inteligencia es sobre todo adaptación, hay quien lo tiene muy difícil. El momento es volátil
total (como diría el castizo). Hoy, conviven distintas generaciones sin un acuerdo tácito de respeto
mutuo y ello lleva a unos a la melancolía y a otros a creer que ya tienen asegurada la estancia y el
futuro. La realidad no es así, porque la resistencia de ambos grupos existe y se rebela todos los
días. Y peor para el que no lo ve. Porque se equivocará en lo que haga y en las decisiones que
tome.

La madurez implica aceptar las cosas como son, pero la juventud necesita no hacerlo y en esa
lucha se debaten los pensamientos de muchos viejos jóvenes y de muchos jóvenes viejos. Dicho
sea sin deseos de ofender.

¿Cómo será posible arreglar esa separación vital sin víctimas de ninguna de las partes? Tendrán
que hacerlo entre unos y otros sin árbitros. Recuerdo a Ibarrra cuando contaba que algunas
cuestiones políticas eran más fáciles de hacer con «los de antes», al tener mucho más
interiorizados, por educación, la existencia de los «escalones», el respeto a la experiencia, la
necesidad de la estructura. Probemos.

La anécdota la puso el otro día en la radio Luis García Montero, nada sospechoso de ser «carca»
al relatar que en el metro, volviendo a casa, una mujer mayor viendo que no había ningún asiento
libre, se dirigió a un adolescente sentado que navegaba con el móvil: «A ver -dijo en voz altaquien
va a dejar que me siente». El joven se levantó sin rechistar y en pie, con la cabeza baja,
siguió manejando su teléfono. Harían falta muchos así que enseñaran estas cosas a los que ahora
empiezan (era la moraleja de G. Montero). Hablaba metafóricamente, claro.

Es hora del diálogo de verdad entre generaciones y la búsqueda de espacios para todos. Algunos
lo saben hacer. Recuerden el respeto que el pueblo gitano tiene a sus mayores. Porque no es
cierto que lo joven sea siempre nuevo, como no lo es el que lo viejo sea siempre retrógrado y
conservador. Deberíamos saber relacionarlos, sin fisuras. A mí me sigue resultando curioso que
en una época donde afortunadamente la edad de la muerte se ha retrasado mucho, se mantengan
grupos humanos, perfectamente capaces, no activos, en una jubilación para la que tampoco hay
demasiados fondos. Que en una época donde una mujer de cuarenta años puede dar a luz con
garantías sea considerada desechable para algunas actividades, como por ejemplo el cine o la
política. Y no se me alboroten, que saben que ejemplos hay muchos.