Quería curar una pequeña heridita cuando el frasco de mercromina cayó sobre la superficie del
lavabo y lo inundó todo de un líquido parecido a la sangre. Con las prisas intenté recogerlo con las
manos y las puse tan rojas que pareciera la henna de las mujeres árabes. Claro está que no me
sirvieron las prisas y el sofoco: no pude hacer gran cosa y lo caído se perdió para siempre. Ya
saben, es difícil volver a introducir el agua en un recipiente cuando se derrama.
Visité Miami este verano. La ciudad me gustó, nada parecida a nuestras viejas urbes europeas,
pero llena de vida, de actividad económica, con buenos servicios en la mayoría de sus barrios,
abigarrada, con gentes diversas que hablan el inglés y el español con la misma facilidad. Una de
las cosas sorprendentes, para mí, fue darme cuenta del elevado número de personas negras allí
residentes. Caminaban, solas o en grupo, por la arena de la playa, rotundas, grandes y
expansivas. Y nada de figuras humildes y marginales. Por el contrario, la seguridad, algunos la
llamarían insolencia, era clara visualmente hablando. También en la ropa. Y en los ademanes.
Recientemente he vuelto a ver la película «Criadas y señoras» situada en el estado de Mississippi,
en los años 60, previos a la liberación plena de los negros, cuando la marcha por sus derechos
civiles. Desde el prisma más doméstico. Aunque es una adaptación blanda de una novela de
Kathryn Stockett, algunos retazos siguen emocionando. Seguro que lo que cuento en el párrafo
anterior tiene su causa en la dureza de las épocas previas. En la confirmación de que unos
derechos colectivos necesitan de una defensa continua. Desde el subconsciente.
A veces creo que es la estupidez, antes que la maldad, el factor que más daña a los seres
humanos, la que los distancia o enfada. La estupidez es ese aspecto de la personalidad que hace
que las personas ni siquiera se enteren cuando dañan, o cuando se «meten en variopintos
jardines» de consecuencias no previstas para otros. Es interesada muchas veces, por supuesto. Y
tiene como inconveniente, que el que la tiene, o utiliza, ni siquiera la vive con mala conciencia, o
sea que duerme bien por las noches. Un inútil emocional de por vida. Es como una de esas
personas tóxicas que confían a todo el mundo sus neuras y suspicacias, repetidas una y otra vez,
para desahogo propio y agobio de quienes tienen la deferencia de escucharlas.
Sueño que me encuentro en una gran aula acompañada de personas diversas. Busco un sitio
desde el que ver bien el escenario sobre el que se proyecta una película, y ensayo diferentes
lugares en los que no tengo acomodo, por unas causas o por otras. En esas disquisiciones
despierto, igual de confusa que en el sueño. Estadio vital, sin duda. Que me habla. El guacamole
de la psique (que diría el sabio)
Cada vez más escucho decir que alguien debiera ocuparse de las clases medias. Pero en serio.
En Cáceres, la falta de preocupación real de la regidora hace que los comerciantes y hosteleros
hayan comenzado a unirse. Organizan actividades que sirvan de reclamo a sus negocios, ante la
falta de iniciativa municipal. Colocan en las calles luces de Navidad que pagan de sus bolsillos.
Constituyen asociaciones que defiendan sus derechos y se hagan eco de sus iniciativas,
difundiéndolas. Hablan con los medios de comunicación para que estos repitan y enseñen lo qué
hacen. Acogen bajo su tutela los árboles del barrio. Tal pareciera que la inanidad de los
representantes municipales los hubiera vuelto más fuertes y creativos. Tal pareciera que de una
vez por todas maduraron. Y lo ha logrado la ausencia de preocupación de los elegidos en
democracia, cada ve menos representativa. Por lo que parece.
Para reflexionar!