Las veréis, caminantes o viajeros, altivas y presuntuosas, bien desde el tren o desde la carretera, blancas y una arquitectura, tan lejana de las viejas catedrales, donde el espíritu se torna sereno y litúrgico. No, estas “catedrales del campo” darían un toque al paisaje, aún bélico de posguerra y ellas – vulgarmente silos – se elevarían con el poder de los trigales, la esencia de la parva y, evangélicamente, el trigo, que trazaría sobre las besanas del paisaje de la vieja piel de toro, un dorado cuadro de mieses, una pincelada de Benjamín Palencia, aquellas tierras donde brotaría, la besana abierta a consolar al hombre, hambre de los cuarenta, cuando las eras olían a candeal y, en esa lontananza, bajo un sol de justicia, los hombres de esa época, efectuaban el rito de obtener el trigo.
Aún quedan, como imágenes sepias, prendidas en nuestras retinas y, cómo no, en nuestras pituitarias, los “afortunados” de ese tiempo, de sol y trilla, de calor y era, perfume candeal, la espera de un airecito, la pala y una marea, estos ritos de trillar y aventar, cuando esos hombres sabían y sentían lo que valía un pan, en ocasiones, llevado incluso, clandestinamente, hasta una vivienda para que, esa familia se alimentara, años cuarenta, tiempo de hambre, que, hasta los cantantes, aludían en sus canciones “al cocidito madrileño”.
Esa generación – a la que pertenezco -, sabe / sabemos lo que significaba esa estampa evangélica, las Eras que aún quedan, naturalmente en el recuerdo; y, en ellas, proclaman una época, el silo de Villanueva de la Sierra, “pequeña catedral” de una época, gracias a la gestión de mi amigo y sabio, García Durán; y la máquina “Ajuriaenea”, en la era del corral del abuelo Melecio, cerrando aquel espacio, agrícola y ganadero, corral grande.
Esas “Catedrales del Campo”, como monumentos al cereal, dispersos por España, hitos de un tiempo y un rito fenecido. Verdaderas catedrales, altivas y testigos de una época. Qué grandeza las que embellecen el paisaje andaluz, Pozoblanco, ahora convertida en teatro; Jimena de la Frontera, Jerez, Carmona – ahora biblioteca -, el de Arcos – hotel -. En fin, una altivez blanca, que dejarían de ser rentables