La simplicidad de algunas manifestaciones me abruma, o bueno, no tanto, me asombra. Por lo
simple. Como los buenos cocineros, soy de las que creo que hay que deconstruir para construir de
nuevo y que los resultados, que a veces son sencillos, solo tienen razón de ser después de
procesos laboriosos de reflexión, análisis e incluso debate.
Lamentablemente ahora no andamos muy expertos en esto. Cualquiera, a poco que te dejes,
puede arreglarte la vida y el mundo circundante, con total desparpajo. Las redes sociales han
traído una horizontalidad tal, que desde su casa y ordenador, con cuatro mensajes repetidos en
los medios, por gurús elegidos al efecto, cuatro programas de televisión en horario de máxima
audiencia para un personal cansado que se sienta a desquitarse después de un día entero de
trabajo…un individuo cualquiera puede creer que sabe y debe opinar, en pleno uso de un derecho
propio llamado libertad de expresión.
Emilio Lledó, filósofo, profesor y Premio Princesa de Asturias de Humanidades 2015 ya lo dijo:
Para hablar hay que saber de qué se habla, después de un proceso de pensamiento propio. Lo
cual pareciera una obviedad sin serlo, pues todos hablamos por doquier de «todo», sin que
nuestros conocimientos de «todo» sean tan amplios.
En época de deficiencias otorguemos reconocimientos. No arreglemos el problema de tráfico. O
de los conductos de agua, o el mucho más grave de ausencia de puestos de trabajo, pero
«concedamos» reconocimientos continuamente a nuestros vecinos, creando así una falsa imagen
de dinamismo social, pues al aparecer en los medios escritos y orales, se nos cita, se nos nombra,
se nos lanza «incienso» ante la «magnanimidad» de la institución.
Algunos lo hacen muy bien. Y lo curioso es que los ciudadanos de cualquier corte y condición
caen en la trampa. Unos, por ser educados, otros por ego, los terceros por propaganda o interés,
los cuartos, por protocolo… Todos aceptan formar parte de la farsa y reciben u otorgan
distinciones dentro de los propios circuitos organizados que ya existen, con lo que éstos se
retroalimentan, una y otra vez, para seguir funcionando. Lo tremendo de todo ello, más allá de la
propia comedia (parcial o totalmente entrevista por unos y otros) es que quedan fuera de la
«medalla» o del «título» muchos más de los que quedan dentro. Gente, que ha hecho cosas
estupendas pero que al no pertenecer al clan, ni se la considera.
Amigos, dicho queda, sin ánimo de molestar a los premiados. No hablo de ellos, para mí bien está
su reconocimiento, sino de todo lo que rodea este tipo de imágenes y que hace dudar tanto de la
excelencia al resto de los mortales ubicados en los mismos entornos.
Y pongo varios ejemplos. Cuando en el año 2011 dejé la Alcaldía de Cáceres, la Ordenanza sobre
la Accesibilidad estaba terminada, a expensas solo de unos últimos retoques. Varias veces la
ciudad ha sido citada o premiada por este asunto, sin que los nuevos dirigentes hayan recordado
ni una sola vez la autoría de ella.
Y cuando el otro día, la responsable municipal se hace una foto con dirigentes de la empresa de
autobuses en la ciudad, premiada por una revista del sector, por innovaciones que producen un
mejor servicio, hubiera quedado elegante, que aquella recordara que fue su antecesora en el
cargo junto a su equipo, quienes la trajeron a Cáceres, en momentos trágicos para la anterior
concesionaria del servicio municipal.
Que yo escriba de estas cuestiones puede ser interpretado como qué no «paso pagina» y tengo
pena por no estar gobernando. No es verdad, precisamente lo digo al haberme desligado
emocional y políticamente de los asuntos de los que trato. He comprobado que se habla mucho
más sinceramente cuando ya no se siente ni amor, ni desamor, al respecto. Como una ciudadana
de Cáceres a la que gustaría que lo bien hecho mereciera respeto. Tal cómo hacen con otros
colectivos.
Ah! Y Felices Navidades, amigos!