Este país es un país de polemistas, lo lleva en la sangre. Tanto que podría sustituir a la Grecia
clásica, si ésta perdiera el palmarés de inventora del ágora. Allá donde se encuentren un grupo de
paisanos (amigos o no) salta la discusión, civilizada por supuesto. Incluso, reunido cada cuál
consigo mismo también hace uso del debate. Como está mandado.
El último ha sido el de los trajes de los reyes magos de la cabalgata de Madrid. Estuve allí. Ni
guapos, ni feos, ni apropiados ni no. Teniendo en cuenta que no se sabe con total seguridad que
existieran, ni siquiera que fueran reyes, y sabiendo cómo se sabe de la ingenuidad de los niños y
de su carga ilusionante, no merece discutir por la trama, con los ojos de la razón. Altamente
disparatada, servidora de espurios intereses consumistas, como es público y notorio. Se juega a
ello, o no, y ya está. Pero el mundo quiere debate y emociones. Y sobre todo, chivos expiatorios
qué poner sobre el altar de la opinión pública, para sacrificarlos y hacer un tributo a los dioses.
¡Ay, los dioses de cada uno!
Ay, qué nadie se acuerda de lo del libre albedrío que tanto nos enseñaron al hacer que
construyéramos nuestras conciencias de chiquillos. Aquello de que cada persona ha de tener un
claro conocimiento de su propia responsabilidad en las acciones que realice pues tiene libertad
para optar a unas u otras, según su propia conciencia individual, a la que por supuesto hay que
forjar rectamente. Porque, amigos, no todo nos viene de fuera. Primero por imposibilidad material,
segundo, porque así no puede funcionar un país, una organización, un conjunto. Sin estructura,
sin organización, sin el valor de sus individualidades, el grupo no se sostiene.
De jovencita se hizo muy popular en los círculos donde nos movíamos la frase «cañón» que
siempre utilizábamos para hacernos entender, ante los egoístas, abúlicos y despreocupados:
«Pero ¿tú qué te has creído, que la vida es sentarse en un queso y comer de otro?».
Está bien a las claras, que no. Que unos no pueden estar mejor «paridos» que otros, y que todos,
todos, (salvo circunstancias muy extremas, a las que hay que atender) deberíamos poner algo de
nuestra parte en esta cosa común que se llama sociedad.
Y «hacer» tiene unos ingredientes distintos de los de «discursear». La práctica enseña los límites,
sin duda. En mis años como secretaria de educación del psoe regional, acudí muchas veces a
Madrid a reunirme con compañeros y compañeras afines en la sede federal de Ferraz.
Debatíamos de educación (educadamente) con la Ministra del ramo y con el Secretario de Estado
(ambos del Gobierno Zapatero). Y los matices defendidos por unos u otros, llegaban, según se
estuviera gobernando o no en la Comunidad correspondiente. Por supuesto. La realidad, amigos,
la realidad, no quita la ilusión, ni el compromiso, pero si las «vendas» dogmáticas y las ideas
preconcebidas.
Ahora, que aún el año está muy nuevo, roguemos para que las cabezas de todos piensen lo más
posible. No hay otra. Y ah, ¡feliz 2016! Para todos.