Junto al río Manzanares, he visto cómo “esta gota irónica”- como lo definía Ortega y Gasset– llevaba en sus aguas las hojas de un árbol, esas hojas del árbol caído, juguetes del viento son, las que desnudan, lentamente, la belleza de las ramas, que le arrebatan, mágicamente, su armonía. Cuando desprendemos los ecos del recuerdo, plasmados en el calendario, en nuestro subconsciente brota esa ausencia, misteriosa palabra del tiempo, qué es, en sí el tiempo, dónde estás, qué ocultas, como la copla manriqueña: “cómo se pasa la vida tan callando”; y te preguntas por el tiempo abstracto, lejos de la copla manriqueña, cómo pasa ante las pupilas de los ojos, con qué capa nos envuelve el cuerpo, qué sensación nos deja en nuestra piel, cómo nos preocupa y ocupa el último adiós a la vida, como un Tosca de Puccini o si es el sol en una irradiación dormida en nuestra piel humana, o sobre la pureza ardiente sobre la arena, o en ese sol justiciero de la siesta cuando buscamos la sombra de una higuera o respiramos junto al chorrito brusco del agua que se desliza por el cauce de una serranía, o nos acaricia las manos de una mujer o mientras se posa un beso – como un jilguero – en nuestro rostro o viene como una ola mansa a nuestros pies envueltos en la arena. Todo esto es, por decirlo sencillamente, el colofón o la naturaleza del curso de unas aguas o el sofocón calenturiento de la hora de la siesta, o el sirimiri bajo una atmósfera cautivadora, o la ira de una tormenta veraniega, o las fluctuaciones de un febrerillo loco.
Por qué la barca pasa, pero el río queda o el día nos resulta excesivamente largo o breve, según cada ciudadano, y quien no lo sabe ampliar ni emplear, Goethe dixit. Cuando se dice el día ha dado mucho de sí o que bien he aprovechado el tiempo o lo redondo que se me hado el día. O el adiós del padre o de la madre: ”Aprovecha el tiempo”. Así vivimos bajo esa espada de Damocles sin darnos cuenta del paso de la pubertad a la juventud o de ésta a la madurez y, posteriormente, a la vejez. No recuerdo bajo qué reloj se leía: ”Todas las horas hieren; la última, mata.” O los versos de Jorge Manrique: ”Nuestras vidas son los ríos…”O el día es excesivamente largo para quien no lo sabe ampliar ni emplear”, que diría Goethe. Sí, como nos decían nuestros padres: ”Aprovecha el tiempo” o Unamuno que recomendaba “ser padres de nuestro porvenir que hijos de nuestro pasado”.
El calendario y tantas calendas no son más que el toque del nudillo en la piel que nos envuelve, en este misterio que pasa, pasa y pasa y los que pasamos, realmente, somos nosotros. Quizás vivir sea un suspiro del tiempo.
Feliz año.