Tratando de evitar el terrible número de muertes por violencia doméstica se dictó la ley que endurecía las condenas a los autores masculinos .Precisamente en estos días se han mostrado distintos criterios, a favor o en contra, de esta ley, llamada de violencia de género que penaliza con mayor rigor a los hombres que asesinan a las mujeres en el ámbito familiar que a las mujeres que cometen el mismo delito. Es, sin duda, una discriminación por razón de sexo que prohíbe el artículo 14 de la Constitución pero que ha admitido el Tribunal Constitucional.
Las mujeres han sufrido grandes desigualdades a lo largo de la historia. Hasta el gran filósofo Rousseau mantenía «que la mujer está hecha para obedecer al marido y debe aprender a sufrir injusticias y tiranías de un esposo cruel, sin protestar». Estremecedora idea de tan importante figura, aunque también en etapas no lejanas ha habido violencia doméstica con el silencio de todos. Recordemos que para conseguir algo tan natural como el voto femenino, las mujeres tuvieron que padecer indecibles persecuciones, y no hace tanto ,incluso se les prohibía inscribirse como obreras en las oficinas de colocación, salvo si eran cabezas de familia o solteras sin medios de vida. Las Reglamentaciones de Trabajo (año 1942) implantaron la obligatoriedad del abandono del trabajo cuando la mujer contraía matrimonio que se aplicó en empresas públicas y privadas.
La mayoría de edad se alcanzaba a los veintiún años, pero las mujeres continuaban bajo la tutela de los padres hasta los veintitrés. El Código Civil equiparaba las mujeres a menores, locos y dementes. Se necesitaba «autorización» del marido para aceptar una herencia, firmar contratos o abrir una cuenta bancaria. Hay que reconocer que la Constitución supuso un gran avance prohibiendo cualquier discriminación .Gracias a ello muchas mujeres ya mayores pudieron reincorporarse a sus antiguos trabajos por aplicación del citado artículo 14.
Por eso han resultado aceptables las llamadas discriminaciones positivas otorgando alguna compensación que pueda reparar las injusticias sufridas. La ventaja que ahora se defiende en la condena del delito de violencia -mayor pena al hombre- también estuvo vigente en sentido contrario durante la dictadura. El adulterio era gravemente penado, pero solo si lo cometía la mujer y en el caso del aborto forzado se condenaba levemente si se realizaba para lavar la deshonra de la familia por ser la madre soltera. Eran valores del patriarcado y del androcentrismo aún no erradicados.
Parece todo muy lejano pero realmente, sigue la desigualdad. Según las estadísticas de la Organización Internacional del Trabajo ,las mujeres cobran un 17% de media, menos que los hombres por la realización del mismo trabajo y la compatibilidad de la vida familiar recae casi exclusivamente sobre las trabajadoras. El reparto del trabajo doméstico sigue desequilibrado. Aún oímos decir a algunos ,sobre mujeres agredidas , que ella se lo ha buscado o que «no son horas de estar por la calle» si la muerte les llega de madrugada. A pesar del tiempo transcurrido se recuerda con tristeza la sentencia de una Audiencia Provincial que minoraba la agresión a una mujer porque llevaba minifalda. Y hace unos días, nada menos que la alcaldesa de la ciudad alemana de Colonia, ante las muchas denuncias de agresiones a mujeres en la fiesta de fin de año, se ha permitido decir que tengan cuidado con los hombres que se acerquen. Es decir, que la víctima se proteja. Menos mal que ha tenido respuestas contundentes contra esta desafortunada manifestación.
Es evidente que la desigual penalización no es disuasoria. Hay que encontrar otras soluciones que impidan el hecho delictivo. Tienen que trabajar los poderes públicos. Nada de anuncios denigrantes como el de la obsesión de la ropa más blanca o mejores sopicaldos y el que actualmente se exhibe para la promoción de un medicamento contra el catarro que «deben tomarlo las mamás porque no pueden estar de baja».
Que nunca se produzca lo que señala el profesor Lorente en su obra: «Mi marido me pega lo normal». Lo normal es que ni el hombre, ni la mujer ni nadie del ámbito doméstico maltrate a ningún miembro de la familia y si así fuera que la víctima tenga el respaldo de la sociedad, no solo un minuto de silencio con flores en casa de la víctima. Todos somos responsables. Jueces, Policías , la familia, los amigos ,vecinos y todos los que formen el colectivo social, deben facilitar las denuncias y apoyar el sistema de igualdad pero sobre todo, lo más importante: educar en el respeto, como tantas veces se dice y no se aplica.
LA AUTORA ES ACADÉMICA CORRESPONDIENTE DE LA REAL ACADEMIA DE JURISPRUDENCIA Y LEGISLACIÓN