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     En la sesión extraordinaria del 12 de abril de 1930, presidida por Fausto Casas Gutiérrez, alcalde del lugar, se acordó enviar oficio al Gobernador Civil de la provincia, a fin de solicitar que “se efectúen en este pueblo todos los sábados mercados de ganados de toda clase en el `Ejido Patero`, así como una feria de ganados los días 1º y 2º del mes de junio”.  Al poco, se conseguía la feria, pero no así el mercado.  Las malas lenguas dicen que la sombra caciquil del terrateniente don Faustino Monforte Arrojo, con muchos intereses caciquiles en el norte de la provincia de Cáceres, frustró la celebración del mercado, ya que así se lo pidieron los bufones y machacas que tenía en la localidad de Ahigal, que ya contaba con un rodeo de ganados dominical.  Faustino Monforte fue miembro de la Comisión de Depuración de Responsabilidades Políticas creada por los franco-fascistas en 1936 en Zarza de Granadilla. De él no queda buena memoria en la zona y algunos afirman que el día que falleció no encontraban gente que quisieran cargar con su ataúd a cuestas.

 

     En una de aquellas primeras ferias, celebradas con mucho coheterío y capeas en la plaza mayor, se dejaron caer por la población dos elementos de mala catadura. Había echado a andar la II República y la gente baja tenía cifradas sus esperanzas en ella.  La alegría se mostraba radiante en los rostros, y los jornaleros pensaban que por fin iban a remediar su hambre crónica.  Aquellos dos sujetos, que por el habla parecían proceder de la Raya portuguesa, se hacían pasar por chalanes y, en el ferial del ejido, cerraron el trato de dos becerros con el vecino Liborio Barroso Jiménez. Flaquiseco pero con buena percha, Liborio rondaba ya los cuarenta.  Había venido a este planeta un 23 de julio de 1894, cuando el Papa León XIII, con los brazos abiertos de par en par y sus dorados ornamentos encima, instituía la fiesta de la Inmaculada Virgen de la Medalla Milagrosa.  Ese día también entraban los japoneses en Seúl y capturaban al rey Gojong de Corea.  Transcurría la primera guerra Simo-Japonesa.  Con el paso de algunos estíos, el hijo de Ti Francisco Barroso Cáceres y de Ti María de los Dolores Jiménez Caletrío, sería conocido en el pueblo, sin llegar a alcanzar el título de “Ti”, como Liborio “Purgatorio”.  Su hermano Emiliano, echando un trago en una matanza en la que coincidimos, nos decía: “Yo bien creu que le pusun ´Pulgatoriu´polque jué  quiciá el últimu de loh jómbrih que cantarun el día de los Defúntuh `Lah Pénah del Pulgatoriu”, que diban esa nochi con únah anguarínah y únuh farólih pol lah cásah, cantandu y pidiendu pa lah ánimah, qu,era cumu una hermandá o cofradía o cosa asina”.

 

     El caso es que Liborio se lió de alboroque con los supuestos chalanes y encima les cayeron las sombras de la noche.  Con la mosca tras la oreja y harto de pagar vasos de vino, cuentan que les diju: “´Güenu, señórih, paeci que uhtédih no tienin priesa; poh a mí se me jadi que va siendo cumu hora de que ajuhtémuh cuéntah y cá cual pa su casa”.  Ellos asintieron y dispusieron marchar a casa de Liborio para hacer el pago de los dos becerros.  Otros dos hampones compinchados con los que presumían de chalanes ya se habían llevado a media mañana las reses.  Al poco de salir de la taberna, Liborio fue encañonado por uno de los tratantes.  La noche era como boca de lobo.  No había entonces luces por las calles.  Le entregaron un paquete con pasquines y, con la pistola sobre la nuca, le instaron a que repartiera aquellas hojas entre sus vecinos si es que quería cobrar lo ajustado por la venta de los becerros. A Liborio se le enfrió el vino trasegado y ni se percató que los dos matones desaparecían por  una calle sin nombre.  Emiliano Barroso Jiménez, su hermano, remataba la historia: “El mi hermanu no s,enderezó d,aquellu.  Se queó sobricogíu y dio en ehmorecel, en ehmorecel… jahta que el corazón no le aguantó máh y al probi lo enterrámuh con solu cuarenta áñuh”.

 

     Nadie en el pueblo volvió a saber nada sobre aquellos esbirros, pero los pasquines fueron leídos a la luz de los candiles. Eran panfletos monárquicos, de gente que había engordado en el reinado de Alfonso XIII, sobre todo durante la dictadura del general Miguel Primo de Rivera, y que pretendían amotinar al pueblo contra la II República.  Mentiras, calumnias, difamaciones, todo un montaje canallesco de los que se urdían, día tras día, en los más insospechados rincones de España con el fin de que volvieran a sus poltronas los tahúres, ventajistas, fulleros y tramposos que tanto habían caciqueado a sus anchas en el régimen anterior.  La rúbrica de la Juventud Monárquica que dirigía el ultramontano Eugenio Vegas Latapié parecía entreverse en aquellas hojas volantes.  El 1º de abril de 1939 sus conspiraciones dieron buen fruto y muchos de ellos volvieron a calentar los sillones en las Cortes franquistas.

 

     Salvando las distancias, que ya se volvieron polvo cósmico los huesos del nieto paterno de Ti Miguel Barroso Montero y de Ti María Cáceres Esteban, estamos asistiendo ahora mismo a todo un desfile de encorbatados reaccionarios que han hecho de la insidia y la mendacidad su principal norma de conducta.  La mayor parte proceden de lo más profundo de las oscuridades cavernarias, de una derecha que, incluso en sus épocas jóvenes, se vio retratada con brazos en alto y banderas del aguilucho.  Si allá por aquellos convulsos años de la II República echaban leña al fuego periódicos como ABC, Diario Universal, La Época, El Imparcial, La Nación, Acción Española, la revista Blanco y Negro o el semanario satírico “Gracia y Justicia”, hoy en día, con medios de información mucho más sofisticados, continúan retorciendo las noticias y enlodando los párrafos que salen de las rotativas otro apretado pelotón de agencias informativas.  Incluso alguno de los antiguos aún persiste.  Y si antes ya era un tiranosaurio de cuidado, en la actualidad es un auténtico triceratops.

 

     Todos esos voceros y oráculos que se atragantan de tanto masticar la palabra “España”, que de día y de noche nos machacan con esas homilías de que hay que pensar en el bien del país, dejando las aspiraciones personales a un lado y los intereses de partido, parecen salidas de los labios de los prohombres del franquismo.  Ya caducaron los contubernios judeo-masónicos y comunistas.  Ahora está de moda aquel otro contubernio chavista-bolivariano e iraní.  Y para contenerlo y aniquilarlo se ha erigido en “Centinela de Occidente” esa formación que ya es conocida en muchos foros y cátedras como el Partido Podrido.  ¿Para qué hablar de los “Rajoys”, “Casados”, “Hernandos Frailes”, “Cospedales” o “Santamarías”?  Todos ellos sermonean las mismas falacias.  No sacan las pistolas a relucir (aunque algunos de sus incondicionales ya han amenazado impunemente con quitarse del medio a algún que otro militante de Podemos), pero disparan con la boca.  Y tienen detrás un montón de teloneros conversos, como “los de la patada en la puerta”, “los señores X”, “los hermanísimos”, “las sultanas de Al-Ándalus” y un largo etcétera.  Y muchos de éstos, los pobres, con sus caras de mártires y santos, que se lo pregunten sino al amigo José Bono Martínez, el de los negocios en Uruguay y el que se dejó aconsejar sexualmente por el ciudadano Juan Carlos de Borbón, al parecer experto en la materia.

 

     ¡Menudo chalaneo se traen con lo de la investidura!  Van a salir todos diplomados en conspicuos trajinantes.  Hasta esos que se las dan de ciudadanos de primera y reparten laicas hostias a diestra y a siniestra, pero que a nada que se descuidan se les cae el peluquín y enseñan la calva monda y lironda.  Toda una brava legión que quiere formar prieta y marcial fila para seguir rindiendo pleitesía a los de siempre, que es una formidable fórmula para seguir sentados en sus consejos de administración y en esos escaños del Congreso que muchos han convertido en tazas del retrete.  Y si van a mandar los de siempre, a quienes nadie les ha votado, ¿para qué sirven nuestros votos?  Al nieto materno de Ti Francisco Jiménez Sánchez y de Ti Críspula Caletrío Miguel le pusieron los sicarios una pistola en la cabeza.  No creemos que a nosotros nos la pongan; sin embargo nos la horadan a todas horas en esta investidura que se hace esperar.  Mientras algunos aguardan que les invistan, otros se están quedando desnudos.  El chalaneo no para.

 

     Al que sí invistieron con la mortaja fue al desgraciado paisano, que no pudo recibir el tratamiento del “Ti” porque no sobrepasó la cincuentena de estíos.  Liborio tomó un rumbo desconocido la misma víspera de la huelga general y de la Revolución de Octubre.  España atravesaba lo que daría en llamarse el “Bienio Negro”.  Mandaban los radicales lerrouxistas en conjunción con la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), partido éste de ideología clerical, conservadora y antirrepublicana).  O sea, casi casi como esa “Gran Coalición” que pretenden algunos.  Aquel 4 de octubre de 1934 doblaron lúgubremente las campanas.  El almanaque anunciaba a Santa Prosdocia y a San Hieroteo.  La comunidad vecinal se quedaba sin dos brazos de un trabajador sin tacha.  La partida de defunción habla de un síncope cardíaco, generado por una endocarditis infecciosa.  Pero el pueblo siempre dijo que se le agrietó el corazón cuando dos perros cancerberos al servicio de espurios intereses monárquicos y de derecha se interpusieron en su camino una fatídica noche de una feria que ya no es ni sombra de lo que fue.  


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