Cuando subía las escaleras me dió por pensar en estos tiempos extraños donde, con precaución,
conviene hacer diagnósticos atinados, aunque solo sea para conocer su escasa predecibilidad.
Es una época rara, rara. No me extraña que los llamados líderes anden de cabeza. Nada se
adecua a lo que nos tenían acostumbrados. Quizá hubiera sido preciso poder poner el contador a
cero antes de iniciar la nueva etapa; no como está ocurriendo en la actualidad, cada quien con el
pie cambiado al recorrer el camino de siempre; demasiado inexpertos los que llegan.
Eso sí, la indiferencia de fondo aparece por todas partes. Es imposible seguir el ritmo de los
telediarios. Es improbable que el interés del llamado pueblo se mantenga vivo, en posición álgida,
día tras día, hasta el infinito. Tanta tensión argumental no es buena para la salud.
Hemos pasado del estupor a la desolación, y de esta nuevamente al estupor, al observar cómo
los mitos a los que tanto hemos reverenciado se han caído del pedestal en el que ingenuamente
los pusimos. Pobres roles de «supermanes» sin fundamento a los que, al llegar a la madurez,
descubrimos tal como son, con sus debilidades y miedos, mortales al fin, sin poderes específicos.
Las referencias, que al bajar al suelo se caen y destrozan. Muchas no han aguantado el paso del
tiempo.
Curiosamente no se ha caído la enseña del sentido común. Una mezcla de ingenuidad y
pragmatismo impregnando hasta el ultimo resquicio de las acciones de hoy. Ni ángeles, ni
demonios, un resultado imperfecto de ambos. Y a correr, que diría el otro.
Porque la cosa pública ha entrado en la más completa irrealidad, como un doble de fresa con
chocolate, cien gramos de «parece», otros cien de «me lo han contado» y un 60% de desparpajo
cañí que piensa que al fin y a la postre si se simula bien, lo aparente será del todo «cierto».
No se puede mentir mejor, ni pintar al mundo con los colores más idóneos al carácter y humor de
quienes tienen que apreciarlo. Cuando se necesita un espantajo para mover y distraer la atención
de cosas más serias, pues se busca. Cuando se quiere quitar del poder a algún viejo político
porque ya estorba, hagámosle responsable de lo qué hace y de lo qué no, mediante la
exageración hasta el absurdo de sus defectos, que en otra época fueron virtudes. Cuando se
planea que debe llegar sangre nueva, ensalcemos una y otra vez, las frases y los símbolos,
bastante predecibles por cierto de cualquier autor y recitador de moda. Goebbels y sus once
principios de la propaganda. En estado puro.
¿En qué punto se perdió el equilibrio? No es posible saberlo. El otro día un chaval conocido de mi
vida cotidiana pidió ayuda individual para una residencia de ancianos de débiles ingresos. En
buena hora lo hizo. Sobre su mensaje cayeron chuzos de punta. Para él y sus protegidos. De
forma insana. De los mismos a los que nunca hemos visto solidarios en los asuntos públicos. Por
acción u omisión. De quienes desprecian las normas de convivencia en el día a día.
Este febrero extraño anuncia frío y anuncia primavera. Las estaciones no cambian aunque se
retarden. La marcha de España tiene dos o tres velocidades: la de Madrid, que se mira el ombligo
todos los días, la de alguna periferia que maneja su propio sonsonete y la de los contribuyentes
todos, que a diario llevan sus propias preocupaciones a cuestas y cuentan solo con ellos mismos
para resolverlas.
Y en el fondo, la indiferencia. La indiferencia de fondo, amigos, de un color bastante grisáceo.
Para sobrevivir.