![“EL GIGANTE EXTREMEÑO” [Img #49629]](upload/img/periodico/img_49629.jpg)
Así nacería una leyenda, un mito ambulante, en aquella tan lejana como sorprendente época. No se sabe mucho de Agustín en su paseo exhibicionista por la piel de España, ante la sorprendente reacción de cualquier mirada. Mucha vida de Agustín se iría entre la leyenda y la realidad, hijo de una familia humilde y que fallecería de una tuberculosis ósea. En vida, le abonaban dos pesetas y cincuenta céntimos. Tras Agustín, surgía un hombre tímido, sorprenderte a la mirada pacata de los españoles de la época, ante aquel inmenso cuerpo y unas soberanas manos, hasta el punto de que, uno de sus números, consistía en ocultar un enorme pan en cada una de sus manos o, cuando, en otro “número”, albergaba entre sus manos más de once kilos bien de aceitunas o de bellotas. No digamos, la dificultad de sus padres para hacerle una cama o la entrada en casa.
José Fabero se fumaría algunos de los puros que le regalaban a Agustín, por esas exhibiciones. Y, Alfonso XII, le obsequiaría con una bota y unos calcetines, además, del gorro rojo de sus actuaciones. Una tuberculosis ósea lo llevaría a la tumba, el 31 de diciembre de 1875, tras veintiséis años de vida.
La existencia de Agustín entraría, lógicamente, en la aureola de la leyenda. En el museo, puede contemplarse, además, un vaciado de yeso de su cuerpo, recubierto con una piel en mal estado. Hace muchos años, que no voy por Puebla de Alcocer, que derrama su mirada al valle. Es de suponer, que la imagen de Agustín esté en el sueño irreal de sus paisanos y, de que, algunos, al mirar ese cuerpo, no dudará que un personaje así diera la talla.
Juan Antonio Pérez Mateos es escritor y periodista.






