Aún quedará en Puebla de Alcocer un lejano eco, una historia contada como un cuento, la sombra muy alargada de Agustín Luengo Capilla, que pasearía por los circos el record de estatura de su época, 2, 35 metros, que ya es decir, el segundo más alto de todos los tiempos. Agustín llevaría el nombre de Extremadura con el orgullo de mirar a la gente, muy por encima del hombro. No sé si sus descendientes – uno muy lejano, José Fabero – guardaría, como oro en paño, la bota, unos calcetines y un gran mural, en compañía de un gigante francés. Desde hace años, “El Gigante Extremeño”, gracias al doctor González Velasco, un personaje de Poe, se haría con ese cuerpo serrano, tras el pago diario de diez reales, en vida de Agustín, hasta exhibirlo, ya fallecido, en el Museo Etnográfico de Madrid, colindante con el Ministerio de Agricultura.
Así nacería una leyenda, un mito ambulante, en aquella tan lejana como sorprendente época. No se sabe mucho de Agustín en su paseo exhibicionista por la piel de España, ante la sorprendente reacción de cualquier mirada. Mucha vida de Agustín se iría entre la leyenda y la realidad, hijo de una familia humilde y que fallecería de una tuberculosis ósea. En vida, le abonaban dos pesetas y cincuenta céntimos. Tras Agustín, surgía un hombre tímido, sorprenderte a la mirada pacata de los españoles de la época, ante aquel inmenso cuerpo y unas soberanas manos, hasta el punto de que, uno de sus números, consistía en ocultar un enorme pan en cada una de sus manos o, cuando, en otro “número”, albergaba entre sus manos más de once kilos bien de aceitunas o de bellotas. No digamos, la dificultad de sus padres para hacerle una cama o la entrada en casa.
José Fabero se fumaría algunos de los puros que le regalaban a Agustín, por esas exhibiciones. Y, Alfonso XII, le obsequiaría con una bota y unos calcetines, además, del gorro rojo de sus actuaciones. Una tuberculosis ósea lo llevaría a la tumba, el 31 de diciembre de 1875, tras veintiséis años de vida.
La existencia de Agustín entraría, lógicamente, en la aureola de la leyenda. En el museo, puede contemplarse, además, un vaciado de yeso de su cuerpo, recubierto con una piel en mal estado. Hace muchos años, que no voy por Puebla de Alcocer, que derrama su mirada al valle. Es de suponer, que la imagen de Agustín esté en el sueño irreal de sus paisanos y, de que, algunos, al mirar ese cuerpo, no dudará que un personaje así diera la talla.
Juan Antonio Pérez Mateos es escritor y periodista.