A servidora lo que la vida le ha venido demostrando es, que construimos nuestro propio
comportamiento sobre los ejemplos que vemos en otros, mucho más que sobre un montón de
reglas descritas en lecciones teóricas. Es aquello del chiste que narra la contestación de un pastor
de almas, cuando le afearon que su obrar y su decir no iban al unísono: «Haced lo que yo digo, no
lo que yo hago».
Y esto ocurre en casa y en el trabajo. También en la política. Tengo mis serias dudas de que quien
tiene poder no haga todo lo posible para retenerlo. Santos, hay muy pocos. Abnegados, menos.
Reformistas e innovadores, uno entre un millón, y eso después de un periodo de haber probado lo
clásico y ver que no funciona.
Para mí no es ni bueno ni malo, a priori. Será bueno o malo según el sufrimiento o felicidad que
produzca en entornos pequeños o universales. Porque lo sorprendente es la necesidad humana
de tener líderes carismáticos a los qué seguir y cuando los tienen, su interés en destruirlos para
buscar otros. Las viejas pasiones, siempre intactas, aunque tengan ropajes diferentes. Por eso me
gusta tanto Shakespeare. Porque supo explicarlo.
En nuestras pequeñas ciudades de provincias acabamos de vivir el tiempo de la Semana Santa.
Han tenido los medios, motivos para sus páginas, y los cofrades quehaceres diarios. El país ha
estado en una especie de calma chicha hasta hoy, domingo de resurrección, en que todo puede
volver a la carga con viejos y nuevos temas. Como siempre.
Si yo estuviera en el PP probaría con otras piezas en el tablero. Porque las tiene, dentro y fuera
de la organización. Aderezando el guiso. Es curiosa la maestría de nuestras madres y abuelas
para jugar con las hierbas aromáticas en cualquier plato de la cocina y la dificultad de los próceres
para hacer lo mismo, a la hora de conformar un gobierno. Y es bastante parecido.
La psicosis de la casa transparente está intentando llevarse por delante cualquier tipo de intento
de acuerdo. Es imposible reflexionar sobre lo adecuado si ante cada paso táctico o de
organización, una nube de cámaras hace tertulia sobre ello. La visión de conjunto se diluye.
Inevitablemente. Y con ella, las posibilidades de llegar a un producto.
Nadie quiere nombrar a la bicha. Nadie quiere decir que las elecciones parecen inevitables.
Sujetos de sus palabras, más que de sus silencios; sólo el partido de Rajoy (en mi modesto
entender) tiene la solución. Pero ha optado, parece, por una repetición de los comicios, pues las
encuestas les dicen que volverán a ganar. ¿Por qué han de sacrificarse, ante un grupo de grupos
que intentan coger lo que ellos tienen? (parecen creer).
No se negocia dando porrazos a aquellos socios con los que se pretende negociar. Aunque, a lo
mejor, lo que ocurre es que no se quiere negociar. La gestión, en estos momentos, no es plato
relajado sino fuente de problemas (que se lo digan a Carmona, en Madrid); así que para qué
empeñarse en gestionar en una Europa conservadora a ultranza, con ideas preconcebidas en lo
económico y lo social. Que ahoga o deja ahogar a unos y a otros, sin remordimientos.
Lo cierto es que la situación necesita algo más que reuniones de colegas, más que exposiciones
mediáticas, más que requerimientos al Constitucional. Porque es profundamente complicada y
nadie con un poco de sentido común puede creer que la llegada a la Presidencia de un país de
uno u otro partido arregla, por sí misma, los problemas reales de la gente.