Tengo que contarles algo: siempre tuve amigas más guapas que yo, más guapas y más
altas. Bueno, quizá todas, todas no, pero si algunas principales.Chicas atractivas a las
que los chicos admiraban. O miraban con atención, que a lo primero viene a ser lo mismo.
Pasar por esta experiencia con catorce, dieciocho, veinte años… tiene su aquel, no se
crean. Si fuera un hombre diría, llegados a este punto, una palabrota. ¡Pero si hasta a mi
madre le parecían magníficas…! Y me lo decía.
A mi ego, el que se llevaba muy bien con ellas, amigas de verdad cómo éramos, se le
empañaban un poquito los ojos. Porque además las muy ladinas eran conscientes de su
importancia y presumían de palmito y ropa buena. Y hasta se permitían algún ademán de
condolencia conmigo…
Yo lo asimilaba como podía. A diario. Disimulaba. Haciendo mil comparaciones a mi gusto.
Barbarismos, que diría el otro. Tautologías en estado puro:
«Bueno sí, es guapa y ¿qué?, pero saca peores notas, no sabe lo qué quiere, su papá no
la mima…»(rumiaba mi pensamiento por libre)
El colmo fue cuando vine a caer en la cuenta de que a una de ellas, todo, ¡pero todo!, le
salía mejor que a mí. Me dejó sin argumentos de revancha. Era divertida y lista. Y menudo
pelo el suyo, arriba, abajo, la cabeza peinándose…Ella elegía a los chicos en el aula. Su
«suegra» le regalaba revistas del corazón. Si hasta un día se atrevió a concursar en un
programa televisivo…Brillaba, vital y deportiva. A su lado, yo era chiquitita. ¡Y morena! Un
poco cobriza, si, pero morena, oigan.
No se alarmen queridos lectores pues la sangre no llegó al río, ni fueron necesarias las
terapias en grupo. El tiempo, que todo lo suaviza, vino un día a contarme al oído algunas
matizaciones a esta historia supuesta. Y créanme, los avatares de la vida de cada una de
nosotras darían para otro cuento que quizá algún día escriba.
Pero de lo que no tengo ninguna duda es de que, en algún modo, la belleza de mis
amigas marcó mi destino. Para equilibrar. Que ellas eran rubias o morenas de verde luna,
pues yo pelirroja; que ellas estudiaban malamente a Platón, pues yo, estupendamente, a
Newton; que ellas se fueron a vivir a Madrid o Miami, pues yo a Cáceres, que también
estaba en «el quinto pino» .¿Qué se pensaban?¡Tonta la última! Faltaría más…
Y en eso sigo, en la oposición por la oposición. En plena competencia conmigo misma y
con algunas otras de mi sexo. Al parecer observando, sin enterarme, algunas costumbres
para hacer justamente lo contrario. Eso sí, repito, sin demasiada consciencia del delito. Lo
cual no exime, como saben. Rebelde que es una. En proporción inversa a los años. ¡Ay,
esa vertiente intrínsecamente femenina que me falla…! Sobre todo a la hora de competir
con las chicas guapas, y colocadas sobre tacones, que por el mundo caminan con
superioridad.