Por todos es conocido el término «lista negra» usado para referirse a un número de personas, con nombres y apellidos, que de alguna forma son señalados o vetados como enemigos de/por una causa.
Habitualmente estas «listas negras» se dan en empresas u organizaciones para las que ciertas personas pueden ser incómodas al no claudicar ni venderse para regalar los oídos a los dirigentes de turno. Basta una crítica o posicionarse en contra de ciertas posturas para que una persona pase a formar parte de una de estas listas.
En estos tiempos en los que tanto se habla de regeneración democrática, hay algunas prácticas que no han desaparecido. Los señalados siguen estando señalados, aun cuando estos, en honor a la verdad o simplemente porque creen fielmente en otra forma de hacer y ver las cosas, lo único que han hecho ha sido diferir del planteamiento oficial.
Sin embargo, es cuanto menos llamativo que una perona pase a formar parte de una lista negra por el solo hecho de diferir y criticar ciertas acciones y a otras personas, habiendo sido condenadas por ser delincuentes, se les premia con nombramientos a dedo. Es decir, en este país y en esta comunidad, se veta, se prohíbe, se señala, se desprecia a quien opina distinto y por contra, se premia, se asciende, se defiende, se adula al que, con pruebas, ha sido condenado por un delito.
Personalmente soy consciente de formar parte de alguna lista negra, y me di cuenta el día en el que mi compañero Miguel Ángel Gil Guerrero (cámara de televisión) y yo, nos dirigimos en una ocasión a entrevistar a un conocido político regional de Extremadura antes del inicio de un mitin en un conocido hotel de Mérida. Estaba sentado y cuando llegamos, educadamente se levantó del asiento y preguntó (aunque lo sabía), para qué medio de televisión trabajábamos. Uno de sus pupilos le respondió que trabajábamos para la televisión de Fernando Delgado, periodista y cronista oficial de Mérida (por aquel entonces, director de Emérita Popular TV), canal de televisión del empresario Roberto Vázquez. El político en cuestión, ya retirado de la primera línea de la política, volvió a sentarse y respondió sin reparos: -¿Fernando Delgado?; si sabéis que no quiero nada con ese, ¡para qué me lo decís tan siquiera!. Miguel y yo nos quedamos perplejos ante esa respuesta y ante esa falta de respeto y ese desprecio, no solo hacia mi compañero y hacia mí, que ninguna culpa teníamos de que no simpatizara con nuestro jefe, sino que faltó al respeto del público que seguía nuestra programación. En ese momento es cuando realmente me Di cuenta de que las listas negras existen, de manera muy injusta. Tal vez si nuestro jefe hubiera sido un estafador condenado por la justicia, se hubiera entendido mejor con el político en cuestión.
En fin, cosas cotidianas que, lamentablemente, ya sorprenden cada vez menos.