Ya veo que me sientes tras esta lectura de equis páginas, libro mío, libro tuyo, que tú y otros tantos escritores, me / nos sentís cuando el pensamiento y el sentimiento acaba esta u otra obra, que es un gran parto, nacido de la inspiración o de las musas – que te cojan escribiendo -, vaya si es: desarrollar el pensamiento y el sentimiento, casarlos, unirlos, esperar que la magia de las palabras te lleguen, escribirlas, en fin: convertirnos en algo tan hermoso como es el libro, que bien podríamos decir: “¡Dadme un libro y cambiaré el mundo!”. Y, como ves, así ha sido. Quien copiaría las Bienaventuranzas, por ejemplo. Cómo llegaría el Quijote a la imprenta, como lo escribiría nuestro Cervantes, la imprenta con mayúsculas y, finalmente, leeros libros vuestros, libros míos. Fijaos, por acudir más atrás, a la Biblia, a la Biblioteca de Alejandría, a los tesoros de redondas y cursivas de la Biblioteca del Vaticano… Somos tantos y tantos libros, que somos – sí, dilo: LEGION – tanto pensamiento acumulado en nuestras páginas, prosa y verso, verso y prosa, poesía que abre el mundo cada día, sí, nuestras páginas con el mismo sentimiento de quien oye una partitura de un gran músico, la lluvia de un viejo tejado palaciego o de una humilde choza o fíjate en el mismo Platero, cuánta hermosura deja J. R. J en aquellas cuartillas de papel, cuando Moguer se abría, cada mañana, con las metáforas del sol y la Luna se ocultaba entre un crepúsculo de redondas y cursivas. – Lo que ha sido y es el papel para nosotros: el alma -. “Lo escrito, escrito queda”. Somos un testamento de tantos y tantos escritores, literarios, filosóficos…, la misma historia, esa aventura de luchas y heroicidades, qué decir de mi Señor Don Quijote. ¡Son, sois tantos a los que os debemos esta gratitud! Sí, impagable, que hemos ido de mano en mano, de ojos en ojos, que, en suma, de romances y coplas por las esquinas, juntos levantaríamos una nación inmensa de sabiduría y un Reino de gozo, República de las Letras, elevar el espíritu, brote el pensamiento, sientas… Cuánto se podría decir de nosotros, los libros… Un hombre sin libros es como un cuerpo sin alma, amigos silenciosos y constantes; los consejeros más apacibles y sabios; los maestros más pacientes, que, en ocasiones, nos acompañáis, nos ayudáis con una canción de cuna a dormirnos, como niños. Sí, que sentimos como si hubiéramos perdido un amigo. Rubén Darío os define: “Es fuerza, valor, poder, alimento, antorcha del pensamiento y manantial del amor”. Y, para viajar lejos, no hay mejor nave que un libro… Yo, cuando acabo de leerte /leeros siempre os beso y, si puedo, bajo una Luna llena. Ya sé que lo estáis pasando mal, amados libros y libreros nuestros, “antorcha del pensamiento y manantial del amor”. Que las librerías os esperan tristes, melancólicas, como flor de un día, donde ha brotado la palabra y ha crecido el sentimiento. ¿Y qué deciros de la maquinaria, el papel, la redonda y la cursiva?. Yo tengo que contener mis lágrimas para no llorar con los libreros. Con la saga de los Lara, aquel andaluz – José Manuel Lara – que abrió su aventura con vosotros en Barcelona, como quien coloniza España y Sudamérica y otros países. Y tantos y tantos editores, cuyos nombres figuran y figurarán en el Parternon de la literatura, el pensamiento, la poesía – “y poesía cada día” -.
Nos consolará – huérfanos los libreros, ausencia de anaqueles, perfume de la lírica dormida, llanto de endecasílabos -. Aún buscaremos vuestro ideal – cuando siento los estertores, la agonía del papel, las reliquias de las librerías de viejo -, los raros e incunables, que os buscaré, amados libros míos, escritores del mundo, Bibliotecas Nacionales, donde, calladamente, dormiréis y hasta quizás envejezcáis…entre el óxido de las horas. Pero, ¡siempre, siempre, siempre,! nos miraremos, sí, nos miraremos como solo se miran los enamorados. ¡Al abrirte, libro mío, y cuando os cierre, no, no os faltarán mis besos¡ “Para viajar lejos, no hay mejor nave que un libro”. Pobre Dickinson, si levantaras la cabeza, lloraríais conmigo.
A la familia Lara, a los Plaza y Janés, a Alianza, a Germán y Jesús Sánchez Ruiperez y a cuantos dejásteis un libro en el escaparate de una librería, abierta al primer y último rayo del día, con letras negras, redondas y cursivas. Y a todos los libreros que en el Mundo han sido y seguiréis siendo, de momento.
Juan Antonio Pérez Mateos es escritor y periodista