Pues resulta que iba yo, hace algunos veranos, por una calle de una gran y bulliciosa
ciudad, de las más pobladas del mundo, tropezándome paso si, paso no, con las raíces
de los árboles. Muchos árboles en el recorrido normal del viandante. Árboles hermosos,
grandes, de mucho follaje, reventadores de baldosas y pavimento. En algunos de ellos
relucían los chicles, rosas pálido, rosas sucio, grises, rosas, rosas…Para más inri, aquel
era uno de los itinerarios famosos que permiten llegar a una Hacienda, lugar emblemático
para ellos y para el mundo. Asombrada les pregunté a mis acompañantes:
«Pero ¿ustedes no protestan nunca por esta forma de tener el espacio público?»
«Para qué? -dijeron ellos- ya nos hemos acostumbrado».
Recordé esto hace unos días, al leer las palabras elogiosas que se dicen, por parte de
algunos, a escenas, paseíllos, cabalgatas, etc, que se celebran en nuestra ciudad. No
tienen nada que ver con los eventos de hace cinco, seis años, ni en colorido, ni en viveza,
ni en profesionalidad, pero la multitud los asume sin crítica, reconociendo o no, que se
han dado pasos atrás, lo cuál es todo un síntoma de la pérdida de otras muchas cosas
importantes. La crisis como pretexto.
Lo mismo ocurre con la Feria del Libro. En otra época, se buscaban ideas fuerza que
«atravesasen» la programación y se buscaba traer varios nombres prestigiosos en el
campo literario. Todo eso se ha olvidado y de ahí el escaso interés que los más cultos
sienten por la Feria. Y que conduce a un transcurrir de la misma sin pena ni gloria, más
allá de la importancia que tengan los libros y sus autores.
La estrategia para aparentar que todo es óptimo, en este momento que vivimos, parece
estar en el uso más o menos oportunista de unas cuantas palabras y en los nombres que
se dan con ellas a acontecimientos de nivel inferior a lo que las mismas significan. Así
pareciera que el término «hace» al evento. Pongamos un ejemplo: «élites políticas». ¿Hay
alguien, hoy, que pueda creer que disponemos en toda España de élites políticas? Gente
con carisma, con formación contrastada, con experiencia en los asuntos de los qué habla
o en los qué interviene, con una personalidad no sujeta al albur de una opinión publicada
o pública?¿Con sentido de estado?¿con discípulos aprendices?
Me temo que no, amigos. Yo no las veo, ni cuando hablan, ni cuando actúan. Los dedos
de la mano y me sobran. Pero descuiden que nadie dirá nada, embarcados todos en sus
propios trayectos. Trayectos y proyectos. Me temo que para cuando reaccionemos como
ciudadanos, habrá pasado un tiempo precioso sobre el que volver es imposible. Perdida
la generación media actual y las anteriores, nunca suficientemente reconocidas y
aprovechadas.
Y después, cuando todo ésto sea pasado, algunos construirán grandes relatos sobre la
memoria, formándose grupos de aficionados que dedicarán unas horas, de algunos días,
a mover su cuerpo y su cerebro recordando…Y poco más. La excelencia como virtud del
ser humano que permite el progreso, o al menos el intento de lograrla, dónde quedó? Y
sobre todo ¿le importa a alguien?