Hay interesantes historietas (o historias), anécdotas, chascarrillos, etnotextos y otros testimonios inherentes a tu familia de los que logras enterarte por otros allegados o vecinos. Jamás se habló de ellos en las reuniones familiares, bien porque no se brindó la ocasión (“no se terció pa ellu”, como dicen por los septentriones cacereños) o porque interesaba tenerlos, mudos y maniatados, en el baúl de los recuerdos.
Pedro Paniagua Santos, hijo de Ti Julián Paniagua Cabezalí y de Ti Ciriaca Santos García, fue, junto con su hermano José Luis, criado de mi abuelo paterno, Nicolás Barroso Montero. Cuando se mienta el término “criau” (criado) por estos pueblos, donde la figura del terrateniente era desconocida, hay que pensar en personas que eran unos miembros más de la familia, generalmente. Los criados se contrataban por temporadas, solían ser muchas veces parientes lejanos de categoría social un poco más baja y era muy común que comiesen en la misma mesa que los amos. Mi infancia está llena de emotivos recuerdos con los dos hermanos: me enseñaron tretas de la lucha sobre la paja de las parvas; a distinguir los nidos y averiguar los pájaros por el color de los huevos (o por su plumaje y sus cantos); a conocer los secretos de plantas y animales; a montar en las caballerías y meterlas hasta la barriga en las lagunas comunales, para que abrevasen; a fabricar “tiraórih”, “jóndah” y “rejilétih”…, tantas y tantas cosas de un vivir antiguo y campesino, que se cimentaron férreamente en el negro cliché de mi memoria.
Con los años, los hermanos, como tantos otros, fueron carne de la diáspora. Vistiendo Pedro la indumentaria de emigrante, coincidí con él un verano y, en las Fiestas de Agosto, las que creó una heterodoxa peña de la que fui secretario un porrón de años (elegido por aclamación popular, dicho sea con humildad), charlamos distendidamente. Salió a relucir el nombre de mi abuela paterna, Feliciana Cabezalí Domínguez, la que viera la luz el mismo día que el tan renombrado y tan tempranamente fallecido Saturnino Herrán Guinchard, pintor mexicano de la escuela indigenista. Era un 9 de julio de 1887 y se festejaba a Santa Floriana y a Santa Adolfina. Pedro me refirió que había oído contar a su padre, pariente de mi abuela por la rama de los “Cabezalí”, que ella era una mujer de gran carácter, alta y esbelta y de despierta inteligencia. “Ti Feliciana, la tu agüela -me decía-, que tú ni la llegaríah a conocel polque se la llevó un canci con sesenta y no múchuh áñuh, era una mujel bragá, que no andaba con médiah tíntah y le cantaba lah cuarenta a cuarquiera”. Y Pedro fue el que, como portavoz de su padre, me descubrió que mi abuela había sido aguardentera y que tenía gran arte en manejar el alambique. “Juntu con tu agüelu Coláh, eran dámbuh mu líhtuh pa loh negóciuh, peru pa loh negóciuh sánuh y límpiuh, que no se confunda la genti” –me aclaraba el paisano.
En aquellos años del estraperlo, de cartillas de racionamiento, de olores a sacristía y a cuartelillo de la guardia civil, de mujeres enlutadas y de mucha sangre caliente vertida por cunetas y barrancos, la Fiscalía de Tasas perseguía a muerte la fabricación clandestina del orujo. Alguien dio el chivatazo de que los esbirros de la dictadura (“hombres de negro” de aquellos luctuosos tiempos) iban a arribar al pueblo. Mi abuela Feliciana, según Pedro Paniagua, cargó los aparejos de destilar en un burro y los fue a arrojar en la escondida noria de un huerto de su propiedad, en el paraje de “San Albín”. Los mercenarios del oprobioso Régimen buscaron por casas y corrales. No encontraron las alquitaras. Feliciana Cabezalí fue llamada al Ayuntamiento. La sometieron a un duro interrogatorio. Fue acusada de fabricar clandestinamente aguardiente y de mercadear con él, cargando incluso barricas y pellejos en el apeadero de “El Almendral”, en la vía férrea cercana al lugar de La Oliva de Plasencia. Pero la hija de Ti Miguel Cabezalí Hernández y de Ti María Lucinda Domínguez Álvarez lo negó todo. No había testigos ni habían aparecido los cachivaches del crimen. Aquellos franco-fascistas comenzaron a perder la paciencia y el que dirigía la macabra orquesta amenazó con implantar una “Ley Seca” como la que se promulgó en los Estados Unidos de Norteamérica en 1919. Advirtió que se arrancarían todas las vides de la comarca y que muerto el perro se acabaría la rabia. Ti Feliciana, sin arredrarse lo más mínimo, le espetó: “-Uhté no conoci a la genti, con la genti no hay que juegal, señol. Sepa uhté que el agua se jidu pa lah ránah y que el agua ehtropea loh camínuh, y si uhté s,atrevi, ¡tiri pa lantri!, que le va a salil el tiru pol la culata. ¡Cuidiaitu con la genti, que si le quita que mati el gusanillu pol la mañana templanu con un buchinchi d,aguardienti, eh capá de que se armi hahta una revolución! ¡Acuérdise de lo que le digu, no lo jechi en el olvíu!”
Los peones de la Fiscalía de Tasas volvieron por donde habían venido, con los pies fríos y la cabeza caliente. La nieta paterna de Ti José Cabezalí Montero y de Ti Catalina Hernández Esteban había hablado en nombre de la gente y, de siempre, los señoritingos y los señorones habían recelado de las mujeres puestas en jarras y de los hombres alzando puños y horcas. En esta primavera que ya está en su recta final, también la gente, entendiéndose por tal todos aquellos que han sufrido el trallazo de los escupitajos neoliberales de gobiernos lacayos de la Troika europea, ha vuelto a revalorizar su campo semántico y su fonética. Gente son todos esos franceses que han acudido a la llamada de Philippe Martínez, líder indiscutible del sindicato Confederación General del Trabajo (CGT), hijo de un republicano español y que ha puesto en pie a los herederos de la Revolución Francesa contra la reforma laboral de François Hollande y su primer ministro, también de raíces españolas, Manuel Valls. Una reforma laboral apoyada por la patronal, al igual que las que se sacaron de la manga en esta España de nuestros pesares tanto el PSOE como el PP.
¿Cómo osan decir esos “señores de negro” que hablan por la boca de sus amos que en este siglo XXI NO SE PUEDE? ¡¡CLARO QUE SÍ SE PUEDE!! Ahí está la CGT francesa poniendo en un brete a la hidra neoliberal-capitalista y a todo su séquito y a sus segundones secuaces. La gente ya ha cortado varias cabezas a ese monstruo y lo tiene acorralado. Hace cuatro días, los trabajadores del gas y la electricidad se sumaron a la huelga general y cortaban el fluido eléctrico a empresas y actos protocolarios del gobierno. La inauguración de la “Ciudad del vino”, en Burdeos, se quedó sin luz en el mismo momento en que Hollande se disponía a coger el hisopo y a descorrer la cortina. A la par, los huelguistas del ramo restablecían la electricidad a la gente a la que habían cortado el servicio y se encontraban en una situación precaria. ¿A qué esperan aquí, en este país, los grandes sindicatos para tocar las campanas a rebato y echar la gente a la calle? Y si los grandes no quieren o no pueden, ¿dónde están la CNT y la CGT españolas, que, tiempo ha, deberían haberse unido de una puñetera vez y haberse erigido en aquella grandiosa fuerza sindical que fue la Confederación Nacional del Trabajo, la de noble, revolucionaria y prístina raíz anarconsidicalista? Nuestra situación de paro, de pobreza, de exclusión social o de libertades democráticas es mil veces peor que la francesa y aquí no se mueve una hoja. Parece que tragamos con los que nos echen y nos vendan esa banda de ministros en funciones, a cada cual más impresentable, cuyas mentiras y falacias horadan y lavan los cerebros de la España menos informada, menos crítica y más manipulada y más alienada. La todopoderosa máquina mediática la han engrasado a conciencia, para que prime la cultura de la cervecita, la caja tonta y ¡viva la Champions league!
¡¡CLARO QUE SÍ SE PUEDE!! Y lo saben más que de sobra los “señores de negro”, que aún resuenan en sus oídos las palabras de Ti Feliciana Cabezalí Domínguez. Oír ellos la palabra GENTE es como mentarles “La Bicha” y si hoy no ponen los pies en polvorosa es porque se han encastillado y se sienten más blindados que Rita Barberá. Pero intuimos que ésta no tardará en caer y, cuando se desmorone su oronda figura, puede que la gente asalte la Bastilla, llevando delante a toda una guapa hembra, resuelta y con los ovarios más grandes que los de la yegua “Podarga”, de cabello de fuego, ojos apizarrados y flameando la bandera de la Liberté, Égalité et Fraternité. Toda una mezcla de épica, barricada y poesía, adobada entre batolitos berroqueños. Y, entonces, estallarán en mil pedazos todas esas “Leyes Mordazas”, todas esas patronales avarientas y esclavistas y todos esos gobiernos que las alientan. La gente, concienciada y unida, siempre tiene más fuerza que los que presumen de fuerza, aunque éstos tengan a su favor las fuerzas de choque. No nos podrán imponer ninguna “Ley Seca”, ni arrancarán nuestras vides, que el pueblo necesita orujo para despejar las telarañas matinales.
San Pelayo cae a 26 de junio y siempre se dijo que “por San Pelayo, el sol es muy bravo”. Tal vez sea cierto y las urnas ardan esa jornada del calor generado no solo por el astro rey, sino por los votos hambrientos de justicia distributiva, de solidaridad y apoyo mutuo. Votos de la gente que de verdad quiere una Democracia Real, un gobierno del pueblo, no unas simples cámaras donde se sentarían sus intermediarios. La nieta materna de Ti Manuel Domínguez Corrales y de Ti María Álvarez Dosado, mi abuela Feliciana, pasó su letal viacrucis, que yo jamás conocí, cuando le detectaron una lesión tumoral en el recto. Aquellos que defienden honestamente a la gente, pese a que parte de ella se llama andana (no hay mayor ciego que el que no quiere ver), hace ya tiempo que emprendieron el camino del “Calvario”. La criminalización no ha terminado. Contra ellos se han conjurado lo más malo de cada casa y lo peor de cada tribu. Todos guardando celosamente la cueva de Alí Babá.
Abuela Feliciana feneció en agosto. Fue a finales. Era jueves y el Calendario Zaragozano señalaba la festividad de Santa Antusa y San Guarino. Ella, al menos, se fue con la tranquilidad de haber espantado a los “hombres de negro” de “loh áñuh de la jambri”. Pedro Paniagua Santos, el lejano pariente e insigne maestro iletrado de mis infancias, le siguió muchos estíos después. Continuaba solterón cuando un cáncer gástrico le preparó el ataúd para el último viaje. Esquivando dardos, chuzos y azagallas pero con la sonrisa en los labios, avanzan los de “Sí, se puede”. La gente buena, de corazón apuñalado por siete dagas, se rompe la garganta gritando con Ernesto Che Guevara: “¡Hasta la victoria siempre!”