Cuanto te agradezco – J. A – que narres mi siesta, me cantes, bajamente, como un juglar, me acunes, aunque lo tuyo, sea decirme metáforas, abrir el cauce lírico de la palabra. Ya veo tu papiro bajo el sol ardiente de la siesta, cuando casi todos dormitan, se abandonan entre sombras o en las aguas de las piscinas…; y, claro, te agradezco estas líneas, cuando, ya ves, cómo arden mis piedras, esta plaza de Santa María, tan tuya, tan mía, ardiente el granito, el sol, astro mayor se adueña del sentimiento humano, el sol y la sombra; que ya ves cómo se refugia el hombre y su sombra en mis palacios, que todos buscan ¡ay! la caricia del aire, ¡qué lejana está! Cuando paso mis dedos por la Plaza de San Mateo, ahora, donde se está bien, es en el Aljibe, tú venías con el sabio de Don Abilio Rodríguez Rosillo…. A ti, siempre te espera tu Norba, no lo dudes tu vieja Norba, aquí, donde nacían los dioses, Canilleros, el Conde estaba tan enamorado de mi como tu… Es natural, ya ves /veis mi rango de ciudad mayor del Universo, a ti te lo puedo decir – porque sé que me amas y hasta me has dedicado un bello libro, “Cáceres, piedra y fuego”. Así me alzaron esos linajes, en el árbol genealógico de esas manos líricas y genealógicas, de amor por la piedra, de colocarla, como si yo fuera esa dama grande, dama mayor del Universo, que, sinceramente, me queréis, escucho vuestros pasos, cuando duermo y estoy en vela, sin embargo, por vosotros. Y esas cigüeñas, ¿qué me dices de ellas?. Me cantan con voz de tenor, y me cuidan, me velan entre sueños, cuando la noche y yo nos fundimos en este Cielo mayor del Universo, que tenéis que estar muy agradecidos… Sobran las flores y las metáforas como requiebros a esta Vieja Reina de las Ciudades del Planeta. Hay quienes, cuando duermo, hasta me arrojan claveles por las almenas, o me cantan con sus liras junto a las paredes, incluso, dicen, que el sol es muy distinto al de otras ciudades, ¿y la luna?. ¿Qué me dices de la luna?. ¿Y esos ecos melancólicos que dejan, en ocasiones, los palacios?. ¿Y las campanas?. Hace años, las volteabais… Ahora yo, vieja y muy querida Norba, se queda sola, sí, duermo, os velo desde las almenas, ausentes las cigüeñas, qué privilegiados sois, mirad cómo andan, qué prestancia sobre la pasarela primaveral de hierba y juncos. Sí, que tú y yo tenemos eso que se dice “empatía”. Y, antes de dormir, me arrojas un manojo de metáforas, cuando ves un cuadro mío de Martínez Terrón o de otros pintores, cautivados sus pinceles por mí, que recogen este cuerpo de seda y cuarzo y me plasman en sus lienzos. No te pases…, que, en pleno conticinio, muy bajito, sacas de tu corazón lírico, el son de un Stradivarius, ¡y que hondura, madre, qué hondura! Cuando no llamas a Píndaro o al mayor lírico del Universo, y me sacan los colores, no las calores. Ya sé que entre tú y yo, anda, lejanamente, Lorca. ¡Qué no me hubiera dicho!. El Darro la piropea con el rumor del agua – a Granada -. No sé qué le pasaría al Tajo, mira que irse tan lejos, estando yo aquí. Te imaginas en estas noches de azul y plata, si me coge por la cintura, en los Adarves, lo que habría sido de mí, corazón abierto a las metáforas…, las peleas no van conmigo. Ahora mis cacereños duermen como los ángeles y yo con ellos. Una o muchas nanas o una canción de cuna, cuando las cigüeñas y los vencejos me llevan, mágicamente, en los hombros azules del sueño, entre los campanarios, tañidos mágicos de bronces, adarves, cabo mayor de la llanura – La Montaña – por la madre tierra…, la de los Conquistadores, hombres sin miedo, el mar un venero. Que te quiero Cáceres / que te quiero, cuando eres llama o no, sea verano o enero /que te quiero. Y, no hay consuelo, tan alejado de tu suelo, o de tu cielo.
Sólo tú y yo sabemos, conocemos este juego, abre tu corazón de granito y escucharas el eco de mis pies en el suelo. Como un vencejo, Cáceres, como un vencejo, aquí, en el Arco o en la fuente el Concejo, como un vencejo.
Juan Antonio Pérez Mateos, escritor y periodista.
Es autor, entre otras obras, del libro: ”Cáceres, piedra y fuego”.