El pensamiento Filosófico de los grandes filósofos ha sido muy analizado por grandes intelectuales. Es relevante destacar la doctrina de alguno de ellos en cuanto a valorar los nacionalismos , como la del gran pensador, poeta y filólogo alemán, Nietzsche, que resultó en su día muy extraña, desafiante, nada parecida a la de sus contemporáneos, pero lo cierto es que no ha perdido vigencia en el mundo de hoy. Se le considera uno de los ideólogos contemporáneos más influyentes del siglo XIX .Él mismo se creyó la cima del progreso histórico, heredero de una civilización que había logrado técnicamente dominar la naturaleza.
Para poder conseguir la liberación del ser humano, combatió de forma contundente la idolatría del Estado, aunque no admitía ninguna rebelión revolucionaria, solamente lo que él denominó «desimplificación» ,una conciencia que condujera a no aceptar exigencias nacionales, proponiendo una resistencia pasiva a las imposiciones puesto que ya nadie cree en los valores humanos, ni morales , que han sido el fundamento de las instituciones políticas.
Aunque crítica al Estado , rechaza los puntos de vista de sus enemigos , en concreto de anarquistas y revolucionarios y contra ellos mantiene que el Estado debe tener como única misión la de actuar de árbitro frente al poder disgregador de los intereses privados pero a la vez opina que es necesario rebelarse contra su opresión cuando tiende a hacerse absoluto, a ampliar sus zonas de control ,limitando la posibilidad de creación de los ciudadanos.
El pensador alemán, rechaza todas las ideologías nacionalistas considerando que tanto el Estado como las circunscripciones geográficas que llamamos naciones son artificios basados en historias pasadas con las que se pretende inventar una comunidad imaginaria «natural «. Herder, otro ideólogo alemán , consideraba que cada pueblo se cree con el derecho a afirmar su singularidad específica y sin duda, algunos grupos defienden que un conjunto de individuos con la misma lengua y cultura pueden ser diferentes. Nietzsche, sin embargo, se burla de la exaltación de la nación-genio que conduce inevitablemente a la reducción de horizontes, al localismo, al enardecimiento de sentimientos que exacerban imaginarias diferencias y señalan falsos antagonismos. Por otra parte expone rotundamente que el fervor nacionalista crea diferencias absurdas entre los individuos que nada tienen que ver con sus verdaderos valores : «Cuando un pueblo avanza y crece va haciendo saltar los cinturones que le han oprimido relegándole a su limitado espacio nacional, reduciendo sus horizontes. Quien quiera bien a su pueblo debe velar por que crezca cada vez más por encima de los límites de su nación». El nacionalista es un verdadero aldeano atrincherado en su suelo natal ,el librepensador por el contrario ,ha de remontar esa limitación y manifestar su incredulidad ante los estrechos dogmas locales. Nuestro Unamuno ya decía que el nacionalismo se cura viajando, frase muy conocida por los españoles.
Hay que rechazar ,dice Nietzsche, cualquier forma de fetichización y de idolatría de la nación por lo que supone de impermeabilidad y cerrazón de una cultura nacional a otras corrientes foráneas, lo que lleva, sin duda, a una anemia cultural resultante de la incapacidad para asimilar otros sistemas : «El nacionalismo es solamente un estado de violencia impuesto por una minoría a la mayoría, con astucia para mantener su prestigio y poder». Cada vez se hace más patente el «peligroso delirio de los nacionalismos donde toda razón un poco sutil se ha eclipsado y donde la vanidad de locuaces pueblerinos reclama con grandes gritos el derecho a la autonomía y la soberanía». En opinión del alemán:» los intelectuales e historiadores son responsables por cuanto se prestan a la falsificación del pasado mezclando mitos fundadores , guerras de liberación y conquistas inventadas, con el fin de fomentar una conciencia nacional forjada en torno a una comunidad determinada, a un cierto pueblo que se ensalza sin razón alguna.
Nietzsche tuvo gran admiración por Napoleón -un personaje que no aceptó las derivaciones nacionalistas-y ello fue la razón de que rechazara todos los nacionalismos y concibiera la grandeza de una Europa como unidad política, de la que más tarde resultó la Unión Europea que ha procurado tantos años de paz desde el Tratado de Roma.
Su doctrina ha sido muy combatida por este y otros conceptos. Le han criticado importantes pensadores de gran relieve, como Heidegger y, sin duda, los filósofos franceses Camus y Jean Paul Sartre. Murió en Weimar «sumergido en la locura», pero su tesis contra los que entendía perniciosos nacionalismos, se acepte o no, puede resultar de plena actualidad.
La autora es Académica correspondiente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación