Has venido a destiempo, a posarte como un pajarillo en la esencia de mis horas, en el reloj que llevamos en la muñeca o los hombres de otra época en el bolsillo de la chaqueta, porque los humanos han levantado el acta de lo abstracto para concretar tantos hechos, orientarnos en uno de los misterios más misteriosos de los hombres, valga la redundancia. Vulgarmente decimos cómo pasa el tiempo, o vemos al amigo que hace muchos años que no veíamos, el pelo blanco, el cuerpo tal vez más abstracto, algún aspecto que nos permite el identificarlo. Cómo pasa el tiempo, decimos vulgarmente, sin matizar que somos nosotros los que pasamos. Tú, tiempo que no sabemos nada de ti, no del climatológico: la lluvia cuyas gotas vemos caer, la nieve como un manto blanco misterioso, el campesino que otea, nada más pisar la calle, el cielo o siente la caricia del aire o la caida de unas gotas de lluvia o la nieve que tiñe de blanco el barbecho donde crece el trigo o la cebada o tu magia tiempo que nos dejas el pelo blanco o “reconocemos” al chico o la chica que ha crecido con el tiempo o el joven viejo de pelo blanco. O Lucho Gatica que nos canta:”Reloj no marques las horas…” O ese salto de la adolescencia a la juventud o “a la vejez viruelas”, o a las muchas expresiones escritas en el viento, viento que se lleva las hojas o las melancólicas que se desprenden: “hojas del árbol caído / juguetes del viento son”. O ese dicho de “cómo pasa el tiempo”, cuando, en realidad, somos nosotros los que pasamos, sí pasamos como una canción:”Las hojas van cayendo, el viento está soplando y el cielo azul se ha vuelto grís…” O cae la nieve… ¡Cántanoslo, Lucho Gatica!”: “Reloj no marques las horas, porque voy a envejecer…” O las Coplas de Jorge Manrique.
Estos días ha caído en mis manos, como hojas doradas ausentes, el ya poco conocido almanaque o calendario, hace años siempre presente, el Almanaque Zaragozano. Siento, querido lector, que me haya pasado de tiempo, pero el “Zaragozano” era más, mucho más que un calendario, elaborado por Mariano Castillo y Ocsiero, conocido como “El Copérnico español”. Estaba allí, encima de la cabeza del abuelo, y muy consultado, que ya ha llovido desde entonces, hasta convertirse en “un personaje más de la familia”. Entraría en las casas de los labriegos desde el año 1840.
Anteriormente, hubo otros calendarios cuando el campo era el campo y esas palabras agrarias llegarían muy lejos a los campesinos, entre otros “El Zaragozano”, calendario “para el año”, en el frenesí de una época agraria. ¡Qué tiempos!. “El Zaragozano” ha venido a mis manos, en pagos de una humilde librera de Fuencarral. Eterno “Zaragozano”, tan agrario, tan campesino, tan en mis manos. ¡Y mira que si ha llovido desde entonces! ¡No nos dejes!.
P. D. Recomiendo la lectura que, sobre el Hospital cacereño, ha publicado, en mi vecindad literaria, el Doctor. D. Eduardo Corchero.
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