Digital Extremadura

EL VALS DE LAS PEQUEÑAS COSAS

OPINIÓN
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Si ustedes me dan a elegir entre que las mujeres entren a montones en los órganos de
administración de una empresa o que no exista violencia de género para nadie, seguro
que me quedo con lo segundo. Sin dudar un momento. Allá que se las entiendan aquellas
con ese asunto, frente a la problemática de quienes carecen de resortes básicos para
poder vivir una vida plena.

Si ustedes me pidieran opinión sobre la observancia rígida en asuntos de protocolo, por
ejemplo, enfrentándolos al buen hacer en cuestiones de fondo, de las de verdad de la
buena, elijo sin titubeos las segundas por mucho que sepa que a veces las formas ayudan
a entender el meollo real de las cosas. Como elijo una personalidad recia, si es noble,
frente a la almibarada, pero hipócrita.

Si una niña, para educarse, necesita llevar un pañuelo en la cabeza, porque así lo
entienden sus creencias, que lo lleve, antes que prohibirle que llegue al aula debido a una
vestimenta, no «adecuada» en el juicio de quien determina las reglas en cuestión en un
lugar x. Porque, para mí, siempre el más sabio debe ser el más generoso y el que primero
busque las soluciones «mejores», cuando existan distintas respuestas, y sea preciso optar
por una para que «todos» puedan vivir. De la misma manera que entre alguien que tiene
frío y alguien que tiene calor ha de «preferirse» al primero. O aceptar la queja de aquel
«sufridor» del humo de los cigarrillos, frente a los fumadores empedernidos que vuelven al
resto pasivos receptores de los efectos de la nicotina. Al débil se le defiende, aunque solo
sea para invalidar los «desequilibrios» que siempre tienen efectos colaterales importantes.
Acepto, sin embargo, que no siempre es fácil elegir.

La humanidad ha avanzado gracias a que, aún tardando, se ha ayudado al «desvalido» si
sus derechos «chocaban» con los de los «fuertes», en cuestiones fundamentales para la
integridad y dignidad humana. Todo ello dentro de unas pautas de convivencia pacífica y
de igualdad, que hoy el mundo entiende como políticamente correctas.

Siempre me pregunto, ahora que no pasa un día sin que tropecemos con una profunda
(aparentemente) sensibilidad ante aspectos concretos de la vida, si esa misma
preocupación la sentimos hacia los aspectos generales del marco común de cuánto
sucede. Si luchamos suficientemente contra las causas que producen los problemas tanto
como nos dolemos de sus consecuencias. Si las ideologías y partidos lo hacen.

Un ejemplo: los derechos de las mujeres. De sobra sé que hay que andarse con cuidado
para no dejar de coincidir con la opinión políticamente correcta, pero déjenme decirles
algo, desde la propia experiencia surgida en la práctica diaria durante cuarenta y tantos
años. Como la supremacía varonil sigue dominando la esfera pública, inevitablemente se
sigue dictando la situación de lo femenino con parámetros de hombre, cuando lo cierto y
verdad es que en algunos de los casos que se narran como discriminatorios para la mujer,
es ella (de manera genérica) la que no tiene interés excesivo en cambiar la situación.
Claro que hay escaso número de Rectoras universitarias (pongamos por caso), pero yo
no veo que las mujeres sientan demasiados alicientes para serlo.


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