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Adiós multitudinario a Robe, patrimonio emocional de Extremadura

  • Robe, el último rebelde, ya tiene casa eterna en Plasencia

  • 30.000 personas y un silencio atronador: así se despidió Extremadura de Robe

  • Cuando el rock se hizo poema y el poema, despedida

  • Plasencia no lloró a Robe: lo escuchó.

Plasencia, 15 de diciembre de 2025. Paco de Borja. DEx

Plasencia no lloró en voz alta. Plasencia escuchó. Desde primera hora de la mañana y hasta bien entrada la noche, una marea humana con miles de fans, atravesó ayer domingo, 14 de diciembre de 2025, el umbral del Palacio de Congresos para despedirse de Robe Iniesta, el músico que enseñó a varias generaciones que la poesía también podía rugir.

No fue un funeral. Fue una vigilia laica, un acto de amor colectivo, sin imposturas ni solemnidades huecas. Seguramente, como él habría querido.

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El Palacio ya tiene nombre propio

El anuncio no necesitó grandes alardes: el Palacio de Congresos de Plasencia pasará a llevar el nombre de Robe Iniesta, convirtiéndose desde ayer en un lugar con memoria, identidad y herida.

No es un gesto simbólico menor. Es una declaración institucional y emocional: Robe no es solo pasado glorioso, es patrimonio cultural extremeño. Un creador que trascendió etiquetas, modas y mercados sin dejar de ser nunca aquel chico incómodo que escribía desde el margen.

La música volvió a casa

Sobre el escenario, los músicos que le acompañaron en sus últimos años —todos extremeños— tomaron el relevo sin protagonismos forzados. Sonaron temas emblemáticos de su cancionero, interpretados con respeto, contención y una emoción que no necesitó aspavientos.

Cada acorde parecía decir lo mismo: esto no es un homenaje impostado; es una conversación pendiente. El público no coreó. Respiró.

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Chinato y la palabra desnuda

Uno de los momentos más sobrecogedores llegó con la intervención de Manolo Chinato, amigo, cómplice creativo y hermano poético.
Con los músicos de fondo, sin artificio, declamó “Ama, ama, ama”, ese poema que ya forma parte del ADN sentimental de varias generaciones.

No hubo aplausos inmediatos. Hubo segundos de silencio absoluto. De esos que no se olvidan.

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Robe, el extremeño universal

Robe Iniesta fue muchas cosas —rockero, poeta, iconoclasta, incómodo— pero, sobre todo, fue honesto. Nunca pidió permiso. Nunca quiso medallas. Nunca bajó el volumen de su verdad.

Desde Plasencia al resto del país, su obra logró algo raro: unir la crudeza con la belleza, el barro con la metáfora, el grito con la caricia.

Ayer, Extremadura no despidió solo a un músico. Despidió a alguien que le puso palabras a su rabia, a su ternura y a sus contradicciones.

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El eco que no se apaga

Cuando cayó la noche, las luces del Palacio seguían encendidas, como si nadie quisiera ser el último en marcharse.

Robe ya no estaba. Pero tampoco se había ido. Porque hay artistas que mueren. Y hay otros —muy pocos— que se quedan a vivir en la gente.

Robe estará con Plasencia, con Extremadura, con el rock, con la esencia de la vida, siempre, siempre, siempre. 

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