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Bramamos contra la falta de coherencia que hay en ciertas decisiones, pero hoy me ha
dado por creer que no existe tal, pues lo que ocurre no es otra cosa que, habiendo dejado
lejos los postulados ideológicos, aquellos que fueron exponentes de una forma de
entender la vida y la sociedad, algunos y algunas los han sustituido por unos objetivos
propios -aunque “bañados” por el “oro” de la “modernidad”- y su congruencia gira
alrededor de su alcance.

Una “modernidad” que pregona el respeto a todas las opiniones siempre que estén dentro
de un marco de derecho, pero que luego “impone” o intenta imponer aquella del sector
con mayor influencia del momento. Y así vemos que cuando alguna no coincide con la
que la “oficialidad” (grande o pequeña) ha decidido que es la que mas conviene, se inicia
una caza de brujas contra el/la disidente que pasa por desprestigiarlo/a o intentar hacerlo,
en todos los ámbitos, enviarlo directamente al ostracismo de manera ostentosa o taimada,
negarle el “pan y la sal” en modo subvención, etc.

Y me reafirmo en que el personal, mayoritariamente, busca sus objetivos y sus acciones
son coherentes con eso. Lo mismo en el ámbito publico que en el privado, no hay
distinción. Están los modos sociales imbuidos de una contaminación tal, que se critica
para la política lo mismo que luego muchos de esos críticos hacen en la esfera privada.
Para permanecer, para ascender, para relacionarse y tener agenda, para trepar, que
algunos llaman ascender e igualdad de oportunidades.

Así que se ha pasado de unidad entre todos los territorios, a “sálvese quien pueda”; de
solidaridad entre comunidades, al “tonto el que llegue último”; de un determinado
concepto de unidad (a machamartilllo) de un país, a otro donde el concepto depende de
con quien hables; del lugar donde viva y de su tendencia (más o menos elevada) al
populismo, mucho más grande en los años electorales. Para todo esto se necesitan
“líderes” débiles, o extraordinariamente camaleónicos. Para que no discutan, ni
interpreten, ni “deshonren” lo estimado como conveniente. Y se ha impuesto una forma de
actuar donde se premia, se eleva, se mantiene, no necesariamente al mejor, sino al mas
dúctil.

Y luego están los “mamporreros”, los soldaditos que salen a las trincheras a defender,
(creen ellos) el patrimonio político de una organización. Que hay que verlos justificando
digerir lo que marcan desde lo alto. Los mas intelectuales, que los hay, buscan recodos y
argumentos para intentar explicar una decisión o un acuerdo. ¿Están convencidos? ¿O es
meramente el miedo a que lleguen los “otros” (los de “enfrente”) que pueden ser peores
árbitros para sus intereses?.

Leía yo ayer alguna cosa sobre Rafael Cadenas, el poeta venezolano de 92 años
perseguido en los años 50 por la dictadura de su país, y que ha sido recientemente
reconocido con el Premio Cervantes de este año. “Sólo en un sitio puede ser derrotada
una sociedad: en el pecho de cada hombre”, dijo.

Y esto otro: “La democracia es una cuestión interior. Hay que ser demócrata en cada
momento: en la calle, en el trabajo, en el hogar.”.

He aquí uno de sus versos: “Florecemos en un abismo”.

Amigos y amigas, no se puede decir mejor.


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