Ronroneó una gata por el pasillo de casa de la abuela. Noche oscura de otoño, ya casi Nochebuena. Alguien llegó a la puerta y quién vive. Quién es y salí al vestíbulo a recibir la visita. Hombre, Alfonso, qué bueno que viniste. Vamos a dar una vuelta. Conducía Alfonso el coche por las curvas de la carretera entre Acehúche y Ceclavín. Qué fue y con quién, que en algún lugar de Zarza comíamos arroz con liebre. Había una rubia platino y una morena de verde luna, pero hemos olvidado sus perfiles y sus nombres. Estos, Alfonso, los días menguados del otoño postrero de nuestras vidas…Recuerdas una vez, aquella noche, las garzas guerreras, halcón que se atreve, peligros espera. Cuánto nos reíamos con los amados versos de nuestros clásicos. Cuánto la quise, y ella veces también me quería; pero ambos cambiábamos el pretérito y colocábamos en su lugar el indefinido: ella a veces también me “quiso”. Nos moríamos de risa, verdad Alfonso; y lo de veces con el “Mendo”, esos ripios desternillantes que nos dejó el pobre de Muñoz Seca, antes de que lo llevaran a Paracuellos.
Ya se nos acabó la Pascua, mozas, como decía nuestro querido don Luis de Góngora. Ahora me sentaré solo en esa cafetería y pensaré que estás tú ahí, aunque ya te hayas ido al reino de las sombras, o de las luces. Espero verte alguna vez en ese espacio que ambos queríamos tanto: El Tajo, el Puente, Zarza, Ceclavín, estos Fabio, ay dolor, que ves ahora…Alfonso se acordó de mí y me regaló, amén de libros, un día de perdices que no olvidaré nunca. Ay hermano mío, cuántas ocasiones ambos y dos, mano a mano, por esos mundos del verso y el corazón.
Ha venido tanta gente. El tanatorio lleno, que no sabe uno dónde poner los ojos, los abrazos, las caras de circunstancia y en el fondo del corazón ese hielo doliente de saber que no volveremos a sentarnos para reírnos de tantos recuerdos y con los versos de Miguel Hernández que tanto te gustaban, Alfonso. Recuerdas, amigo mío, aquello del Conde de Villamediana, “al que dieron tal estocada que en un toro diera horror” dijo don Luis nuestro ídolo literario, ¿verdad?
El patio del cuartel Infanta Isabel, un día de enero del año 74, pero Alfonso qué hacemos aquí, era la mili, éramos reclutas de la segunda compañía del Cir Nº 3, un cuartel, unas mantas y un trescuartos pringoso de añadidura. La mili…en la puerta de hierro latón de la taquilla teníamos una foto de Victoria Vera tal que ella misma y cuánto la queríamos, un dos tres, un dos tres, la monótona instrucción en el patio y la salida a la ciudad. Ah, qué año Alfonso, la tez morena, el pelo al cepillo y la vida aún por delante.
Y acabó la vida. Los días postreros, la tenue luz de Cánovas mecida entre los tilos, las palmeras, las plataneras y los granados. Nos sentábamos tras el cristal de la cafetería a ver pasar a las lindas muchachas del Renacimiento, “in vita e in morte de madonna Laura”, y el negrito del café:“¿Tomarán ustedes los churritos?”. No volveré Alfonso, nunca más, hermano. Espérame, que hemos que acabar ese poemario del río, sentados en las piedras venerables del Puente de Kantara al Saik. La eternidad, tenemos todo el tiempo para acabar esa segunda parte del libro de versos y relatos. Bueno. Sí, iré, me sentaré solo en el velador y sé que estarás a mi lado. Un abrazo, amigo mío. SCM.
Im: L.C.