ante dos gigantes scorsese y galdos

Ante dos gigantes, Scorsese y Galdós

CULTURA
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MAFIA Y CRIMEN POLÍTICO

El espectador de El irlandés, a las tres horas de proyección, cuando la película está redondeando a su total satisfacción su trama criminal -mafiosa, sindical, política- y su retrato de un pistolero sin conciencia, puede tener la sensación de que la historia debe terminar ya, bien arriba, y de que toda continuación, con riesgo de perderse en vericuetos o sucesivos finales, será contraproducente.

Pues no, es el momento de redoblar la atención, ya que Martin Scorsese, sirviéndose de Frank Sheeran -el hombre que mató al poderoso dirigente sindical Jimmy Hoffa y que pintaba las paredes con las salpicaduras de la sangre de sus víctimas-, le reserva una estremecedora media hora final en forma de íntimo y personal soliloquio.

A sus 77 años, Martin Scorsese, en plenas y portentosas facultades creativas, se asoma a la soledad, a la decrepitud física, a la enfermedad decisiva, a la falta de amor y afecto familiar, al escenario más concreto de la muerte, a la evaluación ética de una vida y a la nostalgia y amparo del Dios de su infancia católica. Se asoma y, sobre todo, hace que nos asomemos a lo que, en gran medida, nos espera. Impresionante media hora final, elemento clave y diferenciador de esa obra maestra que es El irlandés.

Quiero hacer notar, además, la escalofriante nitidez con la que Scorsese narra un fragmento de la reciente historia de Estados Unidos: la Mafia ayudó a John F. Kennedy a llegar a la Casa Blanca; Kennedy invadió Cuba para facilitar la restauración de los negocios de la Mafia en la isla y devolverles el favor y la Mafia asesinó a Kennedy por no frenar a su hermano Robert cuando entorpecía y se inmiscuía en sus asuntos desde la Fiscalía General.

UN NOVELISTA PARA UN PAÍS

Había mucha gente, un sábado a primera hora de la tarde, en la Biblioteca Nacional para ver La verdad humana, título de la exposición dedicada a Benito Pérez Galdós, comisariada por Germán Gullón y Marta Sanz. Hay en la muestra muchas piezas -sus pinturas…- y documentos -sus cuartillas…- a descubrir con detenimiento y a contemplar con calma -ninguna llama nuestra atención de forma imperativa-, pero diría que su acierto máximo reside en su atinado y claro orden y en el completo tratamiento de todas las facetas del escritor, de la persona y del personaje en su contexto histórico. Es decir, en su contenido informativo, en su limpio y neto carácter pedagógico, didáctico.

El visitante se sumerge en una vida, en una obra, en un país y en un tiempo y, si se toma una hora para ver y leer, recibe un curso rápido y esencial sobre el escritor y sobre España.

DESDE OTROS ÁNGULOS

Y ya que estamos cerca, con sólo cruzar el Paseo de Recoletos, nos podemos acercar a Bárbara de Braganza para contemplar, en la sala de la Fundación Mapfre, la obra de otro irlandés, el fotógrafo Eamonn Doyle. La exposición es insólita por al menos dos motivos: es excepcional que la sala acoja la creación de un artista vivo de sólo 50 años de edad y es infrecuente que un fotógrafo logre suscitar el interés internacional con apenas ocho años de trabajo.

Es verdad que Doyle había hecho ya fotos en su juventud, pero, hasta hace nada, se había dedicado, en variadas facetas, a la música electrónica, actividad que fundamentaba su prestigio. Sorprenden e impactan, nada más entrar, las enormes fotos en color que capturan, desde muy cerca y desde ángulos inusuales, a viandantes solitarios.

La serie (i ) tiene un aire pictórico y pop de gran fuerza. También tiene una enorme fuerza la segunda serie (On), potenciada y no mermada por su agrupación en un extenso mural, fotos también de gran formato, en un contrastado blanco y negro, que recogen a paseantes -volumen de los cuerpos, expresividad de los rostros- por las calles de Dublín, contra los edificios sobre todo, con una mayor intención documental quizás y con intenso sabor urbano. Hasta más de 150 piezas y una excelente video-instalación con nueve pantallas, hay mucho más que ver en la exposición, pero estas dos series me han gustado enormemente.

LA HIJA DE UN LADRÓN

Los Premios Forqué acaban de nominar a Greta Fernández como mejor actriz por su papel en La hija de un ladrón, que se estrena este viernes. Fernández, que se enfrenta en la película, en todos los sentidos, a su padre (Eduard Fernández), ya consiguió el premio a la mejor interpretación femenina en el Festival de San Sebastián por este mismo trabajo. Es una lástima que el jurado no distinguiera, además, otras de las numerosas cualidades -guión, dirección, montaje- que contiene la película, brillantísimo debut de la joven cineasta catalana Belén Funes.

Greta interpreta a Sara, chica de barrio de 22 años, que, procedente de una familia rota y con una criatura en brazos, pelea con valor y madurez por superar la doble precariedad laboral y afectiva que padece. Madre Coraje, madre con coraje, Sara representa a la perfección a miles de chicas y mujeres españolas que, en muy adversas y parecidas circunstancias, luchan por salir adelante, corriendo de un lado a otro -la directora le sigue con la cámara en mano-, procurando no dañar ni hacerse más daño. La hija de un ladrón es una ficción que documenta al detalle, y con profundidad emocional y psicológica, la realidad que nos rodea. Y nos concierne.

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