Los descreídos y pusilánimes recibieron un golpe brutal al ver las imágenes de un París en llamas y con cientos de muertos y heridos en sus calles, consecuencia de un ataque coordinado y perfectamente estructurado militarmente que se lanzó en, al menos, siete puntos de la capital de Francia a la vez. La política de apaciguamiento y de ignorancia del problema principal siempre trae estas consecuencias que no son otras que las del engrandecimiento de la seguridad, temeridad y avaricia en sus acciones de la parte contraria. Si queridos lectores, porque aquí, queramos o no queramos existe una parte contraria y existe un estado de guerra que no se materializa formalmente sólo por la incapacidad momentánea del enemigo, incapacidad logística, incapacidad económica, incapacidad estratégica, pero no incapacidad táctica como acabamos de sufrir nuevamente en Europa. Las escenas de ayer, con el llamado al ejército a controlar la situación, el desbordamiento de los servicios policiales y de emergencia, la declaración del estado de excepción, el cierre de las fronteras y el toque de queda en la ciudad de la luz, pidiendo a sus habitantes que no salgan de sus casas, junto con la presencia de fuerzas militares en las calles, evidencian, salvo ceguera interesada, un estado de guerra no visto desde en la antigua Lutecia desde el 25 de agosto de 1945.
Tenemos un problema y es muy serio. Las religiones cristianas no mantienen un papel político en la actualidad, es más su pensamiento y filosofía ha evolucionado, no sin lucha, provocando sociedades civiles e instituciones que son aconfesionales y existe en la actualidad una confluencia entorno a lo que son las personas, su dignidad, sus derechos y el valor de la vida humana entre los principios religiosos imperantes en mayor o menor grado en las sociedades occidentales y los principios constitucionales aconfesionales de las mismas, dicho esto en términos de generalidad, dado que se mantienen desencuentros. Es por tanto que el hecho religioso se mantiene al margen del Estado, y nos acompaña, con sus símbolos, como elemento cultural y definitorio a efectos históricos de una sociedad que ha alcanzado sus mayores cotas de libertad e integración.
Sin embargo, no ocurre así en otros casos, se mantienen proyectos integrales de pensamiento, que trasladan mandatos religiosos al ámbito civil y que pretenden imponerlos, sin piedad y con absoluto desprecio a los derechos humanos, al conjunto de las sociedades sobre las que consiguen tener el control, político, policial y militar. Lo hacen además sin pudor, sin reparo y son esconderse, en la absoluta seguridad de su superioridad moral consecuencia de sus mejores creencias, únicas y verdaderas. El conflicto se establece así con dos planos de actuación, mientras una parte cree en la diplomacia, el diálogo y la política de contención, la otra sólo utiliza esos recursos cuando es débil, abandonando descaradamente su uso a la menor capacidad de fuerza. Mientras una considera los daños a los civiles y da trato adecuado a los prisioneros de guerra, la otra asesina, esclaviza, viola a las personas por sus creencias, pensamiento, sexo y edad. Nunca la amenaza ha sido tan grande para las mujeres y los homosexuales, apenas a tres horas de vuelo de París o de Madrid, estas prácticas son constantes.
Esto ya pasó en la historia, pasó con la invasión oriente medio, el norte de África, España, Portugal y la Europa central y balcánica hasta las puertas de Viena, hace más años en la península ibérica y apenas hace doscientos en Hungría, Eslovaquia y Croacia, donde no es de extrañar que se tomen medidas cuando se ve, como se está viendo, que buena parte de los refugiados orientales rechazan la ayuda humanitaria, anteponiendo religión a necesidad, sólo porque viene grabada con el logotipo de la CRUZ ROJA INTERNACIONAL, invitando este comportamiento a una profunda reflexión y es que la cacareada “convivencia de las tres culturas” no existió nunca, como no existe en las zonas en las que persiste el predominio de pensamientos religiosos trasladados al cuerpo legislativo civil y si no que pregunten a los Cristianos Coptos en Egipto, a los cientos de millares huidos o asesinados en Irak o al simple hecho de la prohibición de portar una cruz por la calle, o que una mujer pueda conducir un automóvil en Arabia Saudí. Esto pasó con las ideologías totalitarias o racistas de la primera y segunda mitad del siglo XX, que utilizaron exactamente los mismos comportamientos, pasó en la Argelia Francesa, donde fue imposible la convivencia con la minoría europea tras la independencia. Podemos seguir sin tomar medidas, sin enfocar el problema en su origen y tomar las medidas adecuadas, sin actuar sobre Estados nacionales que propagan esta forma de pensamiento y que aparentemente son nuestros amigos, sólo porque aún no pueden imponer su criterio y funcionan como verdaderas dictaduras religiosas. Las amenazas son reales, para nuestra forma de vida, para los hombres que no piensen como ellos, para las mujeres que serán relegadas a la esclavitud y la dependencia, para los homosexuales que serán ahorcados, esa es la realidad y el enfoque correcto. Cuando dicen que no pararan hasta ver su bandera ondeando en la Ciudad del Vaticano, sobre la Alhambra de Granada y que entrarán en Poitiers, en Viena y tras sus fronteras históricas en Europa entera, ni están lanzando una bravata, sino que están descubriendo sus intenciones, una vez que alcancen la capacidad estratégica de hacerlo. Frente a eso los europeos solo tienen dos opciones, huir a América o luchar por su independencia y por su libertad, conseguida frente a otros absolutismos y totalitarismos desde hace años, no nos engañemos, sin Poitiers, sin Covadonga, sin las Navas de Tolosa, sin Lepanto, y sin Viena, Europa sería otra, y quien sabe quien hubiese descubierto América, podría haber sido una extensión más de Arabia Saudí, la que conocemos ahora, no un remedo histórico edulcorado de hace 500 ó 700 años. El problema es el mismo, las batallas también, París está ardiendo con sus muertos y heridos. El Estado de Guerra es una realidad, mal que nos pese.
Querido lector, lo he dejado para el final, ha ya casi dos lustros de la publicación de lo hasta ahora escrito en este periódico, y ha vuelto a pasar lo mismo. Solamente el 14 de julio, día de la fiesta nacional de Francia más de 200 vehículos y cincuenta establecimientos ardieron la antigua Galia, amén de más de un centenar de detenidos, puede suponer tanto su origen racial como religioso. ¿Por cuánto tiempo aguantará la sociedad francesa este estrés? No lo sabemos. Lo qué si sabemos, lo hemos citado, es que ha hecho ahora 71 años de la entrega de la Argelia francesa a los árabes y bereberes que la habitaban sin conciencia nacional de país hasta la llegada de los franceses en 1830. El General de Gaulle traicionó a más de un millón de franceses argelinos en 1958 con un ¡Vive l’Argelie française! E ingenuo él pensó que sería posible la convivencia de culturas y religiones. El problema parecía ser el colonialismo y la explotación del musulmán por el europeo, que impedía el desarrollo económico y social del primero en la que consideraba su tierra, podría ser.
De julio a diciembre de 1962, ochocientos mil franceses abandonaron Argelia, perseguidos y dejando atrás todo lo suyo, en 1965, apenas cincuenta mil quedaban en el norte de África, la Catedral de Argel, convertida en mezquita y un país multirracial y multicultural depurado y simplificado sin permitirse otra alternativa. Liberado del yugo colonial, por decirlo de alguna manera ¿pudo entonces desarrollar una sociedad justa y económicamente solvente para sus habitantes? ¿se establecieron los anhelados principios de igualdad y democracia? ¿consiguió el pueblo argelino más trabajo, más bienestar y mayor desarrollo? Dos millones y medio de inmigrantes de ese origen en Francia nos dan respuesta de la situación, ello sin contar con los hijos, nietos y bisnietos de argelinos, de nacionales argelinos, no de pieds noirs franceses que ya cuentan con esa nacionalidad sin sentirse como tales.
Al final, el problema es otro, el problema es que los estándares de la sociedad occidental, de origen cristiano, el primer mundo, otorga unas garantías sociales, económicas y políticas allí donde se implantan y desarrollan que son envidiados por los que no saben, no pueden o no quieren establecerlos, nada tiene que ver la geografía o el clima y si la cultura, pregunten por ello en Australia o Nueva Zelanda por ejemplo; y la envidia provoca dos reacciones, ir a donde mejor se vive, o maquinar para la destrucción de ese mundo distinto, por eso los argelinos musulmanes no quedan en Argelia. Habiendo tenido una Argelia francesa donde desarrollarse, que podría haberse parecido mucho a la Francia actual (el departamento de Sena-Saint Denis, París vamos, tiene un 10% de población argelina, el mismo porcentaje que suponían los franceses en Argelia en 1962) prefieren emigrar pues una cosa es envolverse en la bandera de la independencia, y otra comer todos los días ¿Por qué Europa da lo que África no puede, aun siendo un continente riquísimo en materias primas y energía? Pregunten a sus élites, para qué y para quién gobiernan, como va el asunto del respeto a los derechos humanos y por qué la guerra y la miseria está al orden del día.
Termino, pregúntense finalmente por qué esos franceses venidos de Argelia, contribuyeron decisivamente al desarrollo de regiones francesas durmientes en el hexágono, además de la isla de Córcega, pregúntense por qué los que se establecieron en Alicante en 1962 hicieron de esa tierra un emporio empresarial y turístico ¿dónde está la diferencia? Todos nacidos en Argelia, ¿Por qué los que se quedan languidecen sin oportunidades, y los que se van las desarrollan donde se instalan? Esas son las preguntas, en las respuestas están las soluciones, y podemos mirar donde queramos, llegará un momento que podrá ser ya tarde.
Hugo de Andrade