Sea como fuere, el caso es que llegó con buen pie a su pueblo y emprendió al día siguiente, y al otro, y al desotro, y al de más allá… su ya más que aprendida profesión de policultor. Es que, en aquellos lugares y aldeas en las que las tierras de pan llevar aún no se habían trocado por garrotales de aceituna de mesa, se precisaba ser policultor para subsistir. Había que trabajar en los minifundios propios -“loh cáchuh”-, emplearse a jornal cuando así lo requiriese la situación y si a ello se añadía algún oficio extra, mejor que mejor. Y Marcos tenía unas excelentes manos como trasquilador de caballerías, a las que les preparaba unos artísticos arabescos o cenefas en el rabo y en las ancas. Le recuerdo pelando sufridos rucios en el ejido comunal, junto al arroyo “Pizarrosu”; aquel ejido que aún los vecinos lo tenían por suyo y no había revertido (no sabemos por qué cauces y por qué triquiñuelas) a bienes municipales o de propios, como lo es en la actualidad. A lo largo y ancho de él, correteaban “lichónih” (cerdos) y gallinas, y, en los veranos, el día de San Juan de junio, los “partiórih” (vecinos con experiencia sobrada) dividían aquel extenso campo situado a las afueras del pueblo en suertes para que los lugareños asentaran en ellas sus hacinas y sus parvas. También se encontraba allí el gran corralón donde se juntaban las cabras de los vecinos, antes de salir a pastar en la dehesa boyal. Y la gran laguna usada como abrevadero común, con ranas, “marrájuh” (tritones) y algunas tencas. Y el “Bailaeru”, donde, según contaban, se fraguaba los días de fiesta el baile al son de la flauta y el tamboril. Y, además, era el esparcimiento y lugar de juegos para muchachos y zagalones, y para que los viejos buscaran la solana en los inviernos.
Bienes comunales que, como en tantas partes, fueron desamortizados en el XIX, o registrados bajo otra titularidad en épocas posteriores, sin respetar sus antiquísimos orígenes, protegidos por las leyes, como las que formaban parte del Código de las Siete Partidas, promulgado en tiempos del rey Alfonso X “El Sabio” (siglo XIII). En tal Código se lee que los “exidos” son bienes “extra commercium”, cuyo uso era común a todos y, por tanto, se encontraban excluidos del comercio entre particulares, resultando ser propiedades de dominio público, protegidas por la inalienabilidad y la inprescriptibilidad.
Rebobino el negro cliché de las neuronas cerebrales y me vienen las nebulosas imágenes de un septiembre de uvas y de higos. Tiempos universitarios, de pantalones acampanados y de onduladas y largas cabelleras. Hacíamos corro en torno a Marcos, que movía sus tijeras con soltura por los lomos de un burrito pelicano. Con el cigarro en los labios, el esquilador sacó a cuento de no sé qué el viaje que hizo, hacía ya varias primaveras, para buscar aceite en el cercano pueblo de Cerezo: “Juímuh Saluhtianu “Riquitiu” y yo, con lah caballeríah: pimpan, pimpán, pimpán… pol el caminu antigu, el que va bordeandu la jesa. Un pal de horítah no hay quien te lah quiti. Salímuh al glorial el día. Ahora, cuandu llegámuh andi el que moh vendía la ceiti, oyímuh pol el arradiu que lo tenía puéhtu que acababa de dal la güelta al mundo un rusu llamau Gargarín y que solo había tardau cientu ochu minútuh. ¡Madre mía! Nusótruh, Saluhtianu y yo, habíamuh tardau cuasi doh hórah en llegal al Cerezu, que ehtá, cumu dice el otru, en la mehma juridición que la nuehtra”. Sin lugar a dudas, Marcos Montero se refería al piloto ruto Yuri A. Gagarin, que el 12 de abril de 1961 dio la vuelta al mundo en 108 minutos, a bordo de la nave “Vostok-1”.
Épocas eran aquellas también de los trenes-burros. Hacía ya unos años que las aldeas, lugares y villas de la comarca comenzaban a desplomarse en sus niveles demográficos. El campesinado bajo y mediano huía a las ciudades en busca de una vida mejor. Se pasaba de lo rural a lo urbano. La economía de subsistencia se resquebrajaba. La gran urbe imponía otra organización y otros ritmos de trabajo. Un falso modernismo empezaba a hacer mella en la estabilidad integral de los hogares campesinos. La economía de mercado campaba a sus anchas y, con ella, venía la hidra que hacía añicos las sólidas estructuras de solidaridad y de apoyo mutuo que eran parte consustancial del tejido social de nuestros pueblos. Se desintegraban los pegamentos sociales y dio en descollar el individualismo.
No tardarían en iniciar el desmantelamiento de algunas de nuestras largas serpientes de hierro. Algo hablamos, en la primera parte de la columna, sobre las torticeras maniobras de políticos del PSOE y del PP para irnos convirtiendo en un parque temático de locomotoras y vagones tercermundistas, mientras naves y satélites cada vez tardaban menos en dar la vuelta al planeta tierra y a otros astros del universo. Y el desmantelamiento continúa en nuestros actuales días. Por ello, no acudieron a la algazara extremeñista de la Plaza de España madrileña los Ecologistas en Acción ni los del Movimiento Tren Ruta de la Plata. Efectivamente, no quisieron seguirle el juego a dirigentes políticos y otra gente con mando en plaza que marcharon el pasado 18 de noviembre a sacar pecho y a sacarse la foto cuando ellos habían sido cómplices (aún lo siguen siendo) de levantar raíles tan emblemáticos como los de la vía de la Ruta de la Plata. A los vagones del 18-N se subieron, además, Ciudadanos, UGT, CCOO y la Confederación Regional Empresarial Extremeña (CREEX). Lo que no entendemos es qué hacía Podemos cacareando junto a tantas zorras con los colmillos ya muy retorcidos. Y, luego, la masa entusiasta, los extremeñitos de a pie, muchos de los cuales lo mismo se envuelven en esa bandera cuyos colores, según dicen, se copiaron del Club Polideportivo Cacereño y del Club Deportivo Badajoz, que en el rojo y el amarillo de la Casa de Borbón. Resulta curioso -valga el inciso- que, por lo que hemos observado, esta última bandera continúe presidiendo balcones y ventanales de zonas residenciales de alto standing y de otras amuebladas casas de los vecinos de nuestros pueblos que son considerados como votantes del PP (o de Ciudadanos) y de la clase más pudiente. La utilizaron, a raíz de la crisis catalana como un escudo protector contra esa cierta peste que no era correctamente política para la ultraderecha, la derecha y cierta izquierda que quiere ser la izquierda en lugar de la verdadera izquierda, tal que el visir Iznogud, el que quería ser califa en lugar del califa en el Bagdad de las “Mil y una noches”. Y aún continúan apropiándosela.
Una manifestación bien orquestada (no faltaron músicos y orquestas), celebrada el mismo día que caía en el combate por la vida la activista argentina Marta de Orozco Vásquez, presidenta de “Madres de la Plaza de Mayo Línea Fundadora”. Toda ella bien aderezada, antes y después, con anuncios a doble página en los periódicos, con el lema “Avanzamos” y firmados por ADIF-RENFE-MINISTERIO DE FOMENTO-GOBIERNO DE ESPAÑA. En apoyo de esta chipirifláutica manifestación, Renfe y Adif pusieron 200 plazas de tren gratuitas para los manifestantes, o mejor dicho, para la élite de los que iban, como obispos o curas párrocos, a echar bendiciones y darse baños de multitudes. Es normal que nuestro querido amigo y excelente escritor J.R. Alonso de la Torre hablara de una “rara `mani` a la extremeña, en la que protestantes y protestados protestaban juntos”. Buenos modales, todo dentro de su cauce, no tensar situaciones para no enfadar al ministro del ramo y buen acompañamiento coreográfico, tal y como disponen los manuales de la Ley y el Orden y ¡Viva España! y ¡Viva el Rey! Afirmamos que no se repartieron bocadillos y que dejaron ondear otras insignias y no solo la borbónica.
Ello no quiere decir que los extremeños (se incluyen a ambos sexos, como advertencia para los listillos que aún no saben lo que es el plural inclusivo) no los tengamos bien puestos, que más de una vez hemos agarrado por las solapas a los terratenientes explotadores, caciques pueblerinos o esclavistas modernos y les hemos dicho que “en nuestra hambre mandamos nosotros”. Y si no que se lo pregunten a Ti Marcu “El Fraili”, que tenía un genio y un nervio que retemblaba el mundo. Arquetipo de verdadero campesino extremeño, al que le gusta llamar al pan, pan, y al vino, vino, y que nadie se ría con mala fe ni haga guasa delante de sus barbas. Bien que demostraron que su sangre ardía de rojez en sus arterias cuando el 25 de marzo de 1936 más de 70.000 jornaleros y pequeños campesinos invadieron miles de hectáreas de fincas pertenecientes a los mayores terratenientes absentistas de la región extremeña. Fueron los pioneros en iniciar toda una revolución agraria que conmovió a Europa y a la sociedad norteamericana. Desgraciadamente, a los cuatro meses escasos, las hordas franco-fascistas ahogaron en sangre tan justas reivindicaciones. Esta fecha y no otra (siempre con los santos y las vírgenes a cuestas, como en oscuras épocas medievales) debería haber sido elegida para el Día de Extremadura, pero el dúo bipartidista abortó tan extremeñista, justiciera y digna propuesta.
Hoy, vigésimo tercer día del presente mes de diciembre, cuando andaba adobando esta columna, he recibido un parte de guerra de mi querido amigo y paisano Pedro Jesús García Gómez. Dice así: “En el día de hoy, claudicadas y desmanteladas las estaciones de Baños y Hervás, las tropas nacionales han desmantelado sus últimos objetivos ferroviarios: 8,37 kilómetros de vías en el Valla del Ambroz han sido levantadas.Quedan por levantar en el término municipal de Hervás 6,19 kilómetros. Se continuará levantando hasta Plasencia, sin disparar un solo tiro. La guerra ha terminado”. Hervás, a 23 de diciembre de 2017. Mientras tanto, empresas españolas pondrán en marcha el que han dado en llamar el “Ave del Desierto”, sofisticado tren que unirá, en menos que canta un gallo, las ciudades árabes de Medina y La Meca. Y el gobierno derechoide de este país, aún grogui por el batacazo que su partido se ha pegado en las elecciones catalanas, tiene la desvergüenza de clamar a los cuatro vientos que contamos con la mejor infraestructura ferroviaria de Europa. Nosotros, los que andamos vareando bellotas y preparando chorizos en estos días navideños, no tenemos un solo kilómetro de línea electrificada, y luego comentan que somos excedentarios en energía eléctrica. En casa del herrero, cuchillo de palo. Nos comen el pan y, encima, nos cagan en el morral. Los “Milanos” clamando justicia por las calles de Plasencia y nosotros preguntándonos qué pintaban más de 30.000 extremeños el día 18 de noviembre en la Plaza de España de Madrid, tatareando un himno que nadie se lo sabe porque carece de garra, no pone la carne de gallina, no escalofría ni trepa por la columna vertebral ni cuaja los ojos de emotivas lágrimas. Se nos escapó el ave que vuela y no cayó en la cazuela. ¡A saber lo que seguirá volando!
A Ti Marcu “El Fraili” le dijo un día un paisano, viendo que los tractores iban sustituyendo a paso agigantado a las bestias de carga por estos pueblos de dios y del diablo, lo siguiente: “Marcu, te se va a acabal el negociu, poh loh búrruh van de capa caía y, en cuantih te dehcudi, no queará nengunu”. Y Marcos Montero Barroso, sin soltar el cigarro de la boca, le respondió: “Ántih me se quean a mí lah mánuh engarañán que loh búrruh s,acaban en ehti pueblu”. Y así fue. A él, que siempre tuvo las manos muy prestas y desenvueltas para el trabajo, se le entumecieron en el mismo día que se les agarrotaron al jurista español José Jiménez Villarejo y al escritor y publicista israelí Zvi Yanai. En el Calendario Zaragozano marcaba el 15 de diciembre de 2013 y los curas párrocos cantaban las excelencias San Sántulo y San Urbicio. Aún quedan algunos jumentos por el pueblo.
Nos hemos alargado demasiado en estos párrafos y ahora nos acordamos que hemos dejado atrapado a nuestro queridísimo poeta en la maraña de las nieblas decembrinas. ¡Qué recuerdos más dolorosos y más tristes le traen esas borrinas! De no haber existido ese mes en el pasado nebuloso, seguro que el aceite habría hecho buena mezcla con el agua y los que son mutua prolongación de ellos mismos se habrían vuelto cuñas de sus propias carnes y férreamente enclavados estarían uno en el otro. Pero a pesar de que hoy nos haya hecho llegar un soneto dolorido, sabemos que continuará luchando a brazo partido por romper las telarañas neblinosas que le aprisionan. Confía plenamente que el eco lejano de su musa le susurre al oído cuando inmolemos al presente año en cruento sacrificio, a fin de que el venidero irrumpa con energías redobladas, vitalista y loco, y con la verde brillantez de la esperanza.
SACRIFICIO
Me arañó tu dedo y fue y me eligió.
Víctima yo era y propiciatoria.
¿Querías bogar entre la intrahistoria?
Leña recogías. La fogata ardió.
Brillaba el puñal. Tu mano se alzó.
La vida seguía cuan cansina noria,
y tu mente, con extraña euforia,
la neurona oscura, el golpe asestó.
Consumado el hecho, Isaac feneció.
Autosacrificio no hay en mi memoria.
Nunca te insté a ello: te lo juro yo.
El palo me diste y no zanahoria.
Tu pupila azul ya me eliminó.
¿Te respetas, pues, por tu gran victoria?