basilio martin patino
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Anoche volví a la Salamanca patiniana gracias a Maite Conesa y a su filmoteca, a la Salamanca de la memoria que se queda prendida del tiempo que nos tocó vivir, ese tiempo que ya es historia y que duerme en mis recuerdos con la lucidez infantil del frío y del deseo de recorrer las calles de la ciudad provinciana, la ciudad abrazada por el río que nos lleva. Y ahí en el río, el barquito de vela rompe la imagen de la Salamanca sumergida en el Tormes, el río donde, cuenta Ignacio Francia, Basilio Martín Patino encontró, rodando en el 2002 su película Octavia, un hombre haciendo navegar un barquito.

-¿Me dejaría una media hora el barquito?

-¡Cómo no, Basi!

A Basilio Martín Patino, de cuya mirada azul y plena de silencio me quedé prendada en Monleras cuando pude conocerle por fin en persona, le seguía la magia mientras jugaba a hacer cine con sus artilugios de fascinar. Y bien sabía que cuando alguien le llamaba “Basi” es que ese alguien era de Lumbrales, el pueblo que le puso el nombre de “Calle del buen maestro” a la de las escuelas en memoria de su padre.

El barquito de la memoria patiniana sigue navegando por el celuloide de nuestra historia reciente mientras se proyecta en las paredes centenarias de la antigua facultad de medicina, el trayecto vital de un hombre que quiso ser siempre libre. Y libre le quiere el amigo que ha tejido con el estambre de la paciencia una exposición en la que se refleja, como en el agua del río,  una ciudad provinciana que se atrevió a cuestionarse. Y todos recordamos la foto de los cineastas juntos, ahí, en las mismas paredes donde sangraba el vítor a José Antonio en los muros de la Catedral. “Las Conversaciones de Salamanca” no solo fue la primera respuesta contestataria al régimen, sino la muestra del genio libérrimo de un hombre, el hijo del maestro de Lumbrales, criado en la libertad del campo de Salamanca, que, según Ignacio Francia, el mejor de nuestros periodistas contemporáneos, aprendió en la infancia el valor del juego para enfrentarse a la vida. La vida en libertad y libre te quiero.

A Ignacio Francia le guardo entre mis primeros libros como un tesoro que ahora despilfarro ebria de alegría. Era mi madre de arranques culturales cuando bajaba al centro de todas las modernidades y nos traía a mi hermana y a mí libros elegidos desde el desconocimiento. Y entre esos volúmenes arbitrarios de mi madre, La historia secreta de Salamanca de Ignacio Francia, publicada en 1979 tiene la huella de una lectora de doce años fascinada por la prosa de un Ignacio Francia que se sienta a mi lado y me cuenta de su amigo Basi mientras resuena en mi cabeza la música de Pergolessi cantada por Teresa Berganza en el invierno crudo del Cuartón de Traguntía, dolor y muerte en las ruinas de Inés Luna Terrero. Memoria acariciada.

Anoche soñé que volvía al Cuartón, empezaba mi evocación de esa Salamanca que Basilio Martín Patino convirtió en monumento de nuestra memoria de agua. Y en esa memoria está la tarde del Matadero, al arrimo del programa radiofónico de Javier Tolentino, vicio y prodigio de la memoria salmantina donde tuve la fortuna de sentirme una más: Macu Vicente, Oliva María Rubio, Pilar Doblado y yo evocando a Martín Patino para Javier. Somos uno en la memoria de esta tierra dura que amar al paso del agua mientras el tiempo hace perder los paraísos en los que se escriben las cartas, los cortos, la historia que nos lleva, juntos en la admiración para celebrar el genio que no cesa, Basilio.

 


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