La educadora social asesinada en Badajoz dejó una huella de entrega y coraje entre quienes trabajaron con ella
Paco de Borja, 29 de octubre de 2025.- Belén Cortés era de esas profesionales que creían de verdad en la segunda oportunidad. A los 35 años, la educadora social, natural de Castuera, ya había pasado por distintos recursos de protección y reforma de menores. No se escondía del conflicto, lo miraba de frente. Sus compañeros recuerdan que, cuando un chico explotaba, ella daba un paso al frente.
El 9 de marzo se encontró con la violencia en su forma más brutal. La agresión que acabó con su vida, presuntamente a manos de tres menores tutelados, ha dejado una herida abierta en su familia, en sus amigos y en toda una profesión que se reconoce en su entrega.
Desde el sector denuncian que estaba sola en el turno de noche en un piso especialmente complejo. No lo dijo una vez. Lo avisó varias veces. Colegas y representantes profesionales han señalado que las condiciones eran inasumibles para garantizar la seguridad —ni la suya ni la de los propios menores—.
Belén no renunció a su trabajo ni al acompañamiento de los chicos, convencida de que la educación es el único camino. Pero esa convicción no debió costarle la vida.
Un ejemplo que obliga a mirar hacia dentro
El nombre de Belén se ha convertido, en apenas unos meses, en un símbolo incómodo: recuerda que el sistema de protección es frágil y que quienes lo sostienen lo hacen, demasiadas veces, con medios insuficientes.
El Colegio Profesional de Educadores Sociales de Extremadura ha reclamado que este crimen no quede en estadística, que sirva como punto de inflexión. Que se refuercen los equipos, que se escuche a quienes trabajan donde nadie mira.
Hablar de Belén es hablar de compromiso sin red, de una profesional que eligió estar donde otros rehúsan. Su recuerdo completa lo que falta en los informes y expedientes: humanidad. Ahora que el juicio avanza, la mayor justicia tal vez sea que su muerte cambie algo. Que nadie más tenga que sostener la vocación con miedo.
