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Si a los mayores se le preguntara a qué Rafael nos referimos cuando escribimos de Acehúche, sin duda que todos pensarían en el mismo personaje. Porque es que Rafael, además de persona, era todo un personaje. Hay, para escribir de él, tela que cortar.

Rafael Martín Luján fue hijo de Romana, otro personaje al que tendremos que referirnos en distinta ocasión. De toda la vida, su oficio fue tabernero, camarero, barman. No estoy muy seguro pero heredaría de sus padres el negocio del bar;  porque sé que su madre, Romana, cocinaba para cualquier forastero que llegara buscando asueto en el lugar. Pero no sólo eso, sino que gentes de las finanzas de entonces y de la política provincial, como pudiesen, encargaban la comida a Romana, tal era su maestría en los fogones.

Y el que servía las mesas, con chaqueta oscura y lazo de pajarita era Rafael. El bar de Rafael, en la Plaza Mayor, fue centro social durante muchos años, antes y después de aquella contienda del 36. La vida era distinta y en vez de pasar las horas delante de la televisión o del ordenador, hombres y jóvenes alternaban en los bares. Juegos de cartas, tertulias y, en casa de Rafael, billar.

Había una mesa formidable de billar clásico, y otra, allí dentro, de billar americano. La afición estaba en el billar clásico, de tal modo que, en las jornadas vespertinas de invierno, las partidas de billar ofrecían al ocioso una magnífica ocasión de entretenimiento. En un rincón del local estaban los tacos: los de uso general y los particulares. Mi padre tenía uno, D. Félix San Pedro otro, Enrique Muñoz otro; no recuerdo quién más, y luego cinco o seis para el aficionado en general. Las carambolas se iban anotando en un ábaco que había en la pared. Otros jugaban la partida al tute; en el mostrador, los que iban de una taberna a otro echando chatos de vino; y así la vida mortecina de entonces se deslizaba hacia el futuro.

Pero Rafael era mucho más. Lo dejaremos para una próxima carta.


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Un comentario

  1. Yo llegué a conocer a Rafael. Ya con el pañuelín en el cuello.
    Todo un personaje; ciertamente.
    Un placer leerte siempre Salvatore.
    Abrazo.

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