cc capital europa 2016

De concursos y competiciones

CULTURADESTACADAOPINIÓN
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Leo un sentido artículo de la escritora Cristina Ribera Garza, sobre su propia tragedia familiar, y soy consciente de cómo cambia la cultura, o al menos la forma de expresarla, en los distintos lugares del mundo. La vieja Europa siempre tiende a pensar que es el centro del universo, pero descubro a diario lo falso del axioma.

Una de las cuestiones para mí más intrigantes en las nuevas formas al uso en la cotidianidad, es aquella que apunta lo cutre de señalar con el dedo, haciendo comparaciones. “No hace falta desmerecer a nadie (objeto, persona) para ensalzar algo (me dijeron), es una tontería, busquemos el valor en cada cuál”.

No siempre me parece posible. El otro día se celebraba un partido de fútbol en el campo de Cáceres entre el equipo local y el Real Madrid y estaba prohibido, según leí en las redes, ensalzar al foráneo bajo la pena de ser acusados todos cuánto lo hicieran, de alta traición a lo propio. Aunque el elogio se lo mereciera el rival. Por supuesto es sólo una anécdota. Y en una esfera extremadamente particular, pero yo no pude evitar preguntarme (seres adiestrados cómo somos) si la pauta, de tan aprendida, no la estaremos aplicando en todo. Lo nuestro, bueno siempre (aunque no lo sea), lo de enfrente, siempre peor.

Quizá por ello he dejado de creer en la bondad y justicia de los concursos de cualquier tipo, será porque no soy muy de juegos. Existen los circuitos (de gentes, gustos, profesiones, intereses..). Y funcionan. Eligiendo el “correcto” sólo hay que esperar. Estando en el sitio debido y en el momento apropiado, “la selección” llega sola.

No creo en la objetividad en estado puro. Ni en materias culturales, ni en la vida. Pues siempre es posible buscar los argumentos para justificar las propias elecciones. Ni siquiera la belleza es una única opción, aceptada por todos, ni la bondad, ni la inteligencia. De tan intangibles. Su aprecio depende de quienes “observan”. Y de su propia razón de ser en un determinado momento. Y de su “utilidad”.

Intervienen en los concursos otras variables, más allá de los méritos de las obras o los concursantes. Existe el pragmatismo de quienes los otorgan, sus fidelidades, su sentido estético y hasta su aceptación (o no) de lo que se entiende por políticamente correcto.Lo lees entre líneas en las decisiones en los grandes foros literarios, en los grandes eventos cinematográficos, en las crónicas de los llamados expertos, cuando escriben sobre a quien toca premiar, o se debe premiar o se acuerda premiar…y así con todo. Unas veces se trata de dignificar un color de piel, otras unas desigualdades, otra unas etnias o la producción de unos países, otras, a las mujeres. Pareciera que las comisiones “premiantes” buscaran primero el modelo, el esquema, el discurso y lo último fuera colocar las piezas individuales. Los ejemplos pueden encontrarse por millares. Todos podemos citar algunos.

Está claro que es un método. O no. Bueno está. Por eso es adecuado sentirse consciente de los códigos imperantes, para evitar disgustos y acusaciones políticas innecesarias. Porque lo absurdo es creer que lo premiado representa la excelencia, lo mejor, lo único digno de elogio. Y entrar en la “depresión”. Cuando Cáceres se presentó a la convocatoria de ciudades “capital de la cultura”, con la bandera de ser una de las preferidas por su proyecto, pude observar la selección que una comisión de individuos, desconocedores de la ciudad, hicieron. Lo que ocurre es que si se participa, no vale quejarse, porque se  han aceptado previamente  las reglas de juego.


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