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De tendencias y casas antiguas…

OPINIÓNCÁCERES
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A poco de casarme estuve a punto de comprar una casa señorial en el casco antiguo de
Cáceres. Era (y sigue siendo) maravillosa y si la compra no cuajó no fue debido al precio
que pedían -plenamente accesible- sino por la gran obra interna que hubiera debido de
hacerse para cambiar su distribución y sus arterias principales.

Era (y es) una casa que necesita disponer para el mantenimiento de más de una persona
fija de servicio. Distribuida en varias plantas, las partes alta y baja eran ocupadas
habitualmente por los sirvientes (en la buhardilla, sus habitaciones y en el sótano, la zona
de cocinas, despensas, lavadero, caldera, etc); mientras que la zona noble estaba
reservada para los propietarios del inmueble.

La mayoría de las casas de la parte antigua, de igual categoría, son así. Organizadas
conforme los usos de la época, con una estricta separación vital entre la gente de nivel
económico superior y el resto; los oficios, comúnmente desempeñados por quienes
perteneciendo al rango económico inferior buscaron una forma de ayudar a sus familias o
salir de la escasez de los lugares en los que nacieron.

Pienso en estas diferencias sociales, expresadas tan exhaustivamente en la distribución
doméstica e interna de estas casas, cada vez que alguien nacido entre el pueblo llano
hace exaltación de la belleza de la parte antigua de Cáceres, un patrimonio conservado
por sus dueños gracias a que han seguido habitando palacios y casonas, en la mayoría
de los casos, con idénticas formas y ademanes que sus antecesores. Y aunque no se
debe generalizar, he de decir, como sabe cualquiera que aquí viva, que muchos usos y
costumbres se mantienen, maquillados -eso sí- por las características vitales de nuestros
tiempos. Tener un apellido X resulta, en las pequeñas ciudades, un deje de distinción
entre los miembros del propio círculo, transmitido de padres a hijos, así como al desgaire;
y no tenerlo genera desconfianza, una especie de “pero” que transportan los que no han
nacido en la villa o no poseen ningún apellido de los considerados “aristocráticos” en ésta.
Solo, una vez, escuché un comentario sagaz por parte de un señor que me fue
presentado como el conde de …(aquí el nombre). Al saludarme, dijo con ironía: “Ya ve,
usted, soy un conde que trabaja en un banco…¿qué le parece?” Y soltó una risita
inteligente.

Tengo para mi que no puede aspirar a otra cosa, aquel que está contento con su vida,
hasta extremos insospechados. O aquel al que le da vergüenza trabajar en algo para lo
que las circunstancias no parecían llamarle y por ello no trabaja. Es muy posible que sólo
desde una intranquilidad o impaciencia íntimas, por no estar cien por cien a gusto en un
sitio y un destino, es posible conseguir la renovación y el progreso en personas y
sociedades.

Presuman y luzcan bien los edificios, herederos de un pasado unas veces brillante y otras
no tanto. Aún sabiendo apreciar su importancia, pensemos en cómo construir entre ellos
una sociedad más igualitaria y sin tanto prejuicio. La frase “el señor no firma porque es
noble” está muy, muy pasada de moda. Créanme, no es tendencia.


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