Héroes y tumbas
He leído en algún sitio, u oído, que en ciertos barrios del norte de París los gendarmes no osan entrar. Allí no hay autoridad francesa ni Cristo que lo fundó. Me parece una exageración; pero seguro que no anda muy lejos de la realidad. Hace ya una década fuimos unos días y conocimos París desde Le Marais- La Republique hasta Bir Hakeim, y desde Le Sacre Coeur al Cartier Latin. Si entonces se veían africanos por doquiera que se caminara, ¿qué será hoy? Tampoco hace falta irse a la Ciudad de la Luz para cerciorarse del fenómeno demográfico que representa una población cada vez más atiborrada de gentes provenientes del Magreb, el Sahel o la inmensidad africana. Nos llevaba el “rodalías” a Plaza Cataluña y paseábamos por Las Ramblas, La Diagonal, Paseo de Gracia, etcétera, bella Barcelona. ¿Cuántas señoras con pañuelo cubriéndose el cabello? Infinitas. Y si señoras musulmanas, no lejos andarían los señores de la misma condición. Hemos leído, u oído, que los gerifaltes de la Generalitat han preferido la inmigración africana, porque así a sus niños les enseñan catalán y no tienen que aprender español. ¿Será cierta semejante majadería? Por lo visto muchos hispanoamericanos se dieron cuenta de la vaina y dijeron que a cuento de qué otro idioma, si ellos hablan español como todo quisque en la vieja Piel de Toro. Y en Las Vascongadas, lo mismo. En la escuela que aprendan el euskera-batua y que ignoren el idioma de Gabriel Celaya, Unamuno y Pío Baroja. Yo no acabo de creer todo esto, porque de ser así es para coger la escopeta y liarse a tiros, como decía Tola. Lo realmente preocupante lo comentaba hace poco Marcelo Gullo. Si mueren más españoles que nacen, esto se acaba. Nos estamos suicidando. Dos hijos, uno, ninguno, y las funerarias haciendo su agosto. No lo conoceremos, pero a este paso, tararí. Los almorávides habrán vuelto y enmudecerán las campanas de ermitas, iglesias y catedrales. España, aparta de mí este cáliz, dijo aquel peruano imponente poeta que se murió en París con aguacero. De modo que eso. No estaremos aquí para verlo, pero será así más o menos. Cataluña y Vascongadas serán países africanos. Unos hablarán la lengua de Salvador Espriu, Josep Pla y mosén Xintu Verdaguer; otros el eusquera mestizo que se han inventado hace poco. Y luego España, en la que se seguirá hablando el idioma de Cortázar, García Márquez, Lezama Lima, Uslar Pietri, Vargas Llosa, etc, o sea español, español hispanoamericano como Dios manda. Qué exageración. Bueno, tal vez; pero a este paso vamos camino de aquello que dijo Guerra de que a España no la conocerá ni la madre que la parió. No iré nunca jamás a Cataluña, a pesar de que amo Barcelona y están allí mis dos buenos amigos Joaquim y Xavier. Y del País Vasco, mejor no hablar. Eso sí: me encanta sentarme en una terraza de Santander o de Norba y que, indefectiblemente, me ponga el café una señorita nacida en San Pedro Sula, en Manizales o en Maracaibo. Tan contento, por la mañana temprano, desayuno café y churro en el local de Jorge, mi amigo hondureño. Ellos son el futuro.