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     El banco de la paciencia

OPINIÓNPeriodismo humano
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Se detiene la vida entre las blancas paredes del hospital. El aire se estanca, se para en el marasmo de la espera, del goteo que no cesa, los pasos que no se oyen y el equilibrio entre el dolor y el alivio, gemido que no se siente, piel traspasada por la vía que nos lleva más allá de la cruz en el banco de la paciencia, en el estrecho lecho blanco y limpio de la cama de hospital.

Llegan las flores, coloridas, artificiales de puro bellas, imposibles de puro abiertas. El color es una gota de sangre sostenida. Y todo es incongruente en el blanco purísimo del cáliz limpísimo, la revista satinada, el ramo llameante, el pantalón de verano frente al pijama de hospital que apenas cubre la vergüenza que no existe porque el cuerpo está ahí, abierto a todas las miradas, a todas las dulces agresiones de quien se inclina sobre la cama. Llega de fuera el aire de la calle, la visita rápida que agota, que viene con el viento que se pasa, y el enfermo mira hacia la puerta sin saber si desea quedarse ahí, suspendido en la soledad blanca, donde las manchas de color, el ánimo de los de fuera, las voces que irrumpen en la habitación son deseadas o no. No. No vengas, no te acerques. No me veas. No quiero. No.

En el banco de la paciencia, el enfermo se deja hacer, suspendida la voluntad, negada la capacidad de otra cosa que no sea abrir los ojos al rostro suspendido sobre el suyo que te da de comer, que te cambia el gotero, que te limpia el cuerpo tendido. Es el perfil de la falta, es el cabello que ya no se tiene, es la sábana apenas levantada, delgadez afilada. El hospital tiene alas de risa y de alegría, alas donde florecen las visitas, y espacios de pasillos donde anida la desesperanza, donde alguien decide la despedida, y lo hace con la dignidad de quienes son heroicos, la que nos sitúa en la grandeza.

Hay una fotografía que nos interpela desde las redes huérfanas de la presencia de colores de una mujer inigualable. Es la cabeza perfecta, la piel tirante, la melena perdida. Llega la muerte y nos sorprende a los que nada sabíamos, y solo nos deja la desesperanza. Días de hospital que no se han sentido más que en el paso lento y callado hacia la muerte. Una muerte que nos deja huérfanos en medio de la luz de una primavera cálida y festiva, una primavera de calor y color que estalla frente a las blancas paredes del hospital donde anida, sin embargo, la esperanza. Y las alas del dolor se pliegan mientras la tregua nos devuelve la calma, la certeza de que la vida es fuerte, se impone, se pelea, y el tiempo se estira, se despereza, día más de la recuperación que ansiamos.

Charo Alonso.

Fotografía: Fernando Sánchez Gómez.


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