CHARO
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Imagen: F. Sánchez Gómez.

Hay una lógica aplastante en esta necesidad de negociar que les hace a todos perdedores. Es la lógica de la conveniencia. Pasa en las mejores familias y con las más jesuíticas discusiones: en realidad no gana quien tiene la razón, sino quien mejor se enreda. Y el nudo, la trama no es lo mismo visto del envés. El otro lado tiene otra lectura, la de una falta vergonzosa de generosidad con el contrario. O quizás esa generosidad es pura cobardía, o falta de altura de miras. Este verano de fuegos y muertas hemos oído muchos panegíricos a los políticos de la transición, verdaderos maestros en el encaje de bolillos que dejó en la cuneta a algunos nombres destacados que tuvieron que conformarse con ser artífices de segunda fila. Salieron en el segundo plano de la foto. Nunca fueron presidentes del gobierno y alguno, hasta ni siquiera se aupó como ministro. Pero tejieron la trama de manera que no acabamos tirándonos de los pelos y las instituciones se convirtieron en algo nuevo e intenso.

Sin embargo, el grueso del poder económico quedó en las mismas manos. No nos vamos a engañar. Los de siempre siempre serán los mismos. Aunque hubo a manos llenas para repartir con aquello de los fondos europeos. Los señoritos de entonces se sumaron a los socialistas de salón que cambiaron la pana por el traje a medida. Café para todos y autonomías históricas acallando a aquellas que nunca nada tuvieron. Y que siguen sin tenerlo. Se repartió para carreteras porque el tren no era de nadie pero las empresas de autobuses y transportes, sí. Se financió a la concertada, a la privada y a tantas otras cosas porque no se puede dejar descontentos a quienes siguen tirando de las riendas con mano diestra, que no a la izquierda, aunque la izquierda bien sabemos que se arrima bien a los que tienen y se suma a sus huestes ajardinadas. Sin embargo, hay que recordar aquellos nombres que hicieron la modernidad de España. Sabían ceder, negociar, callar y hasta repartir. Nunca lloraron en un escaño ni se les movió una ceja ni para bien ni para mal. Nos tenían acostumbrados a la retórica seria y quizás, a la puñalada trapera, pero con elegancia. Eran tan propios que, cuando llegó Corcuera y la patada en la puerta, o Trillo con los huevos, nos reímos aunque lloráramos con la despedida brusca y bronca de Labordeta.

Ahora a nuestras señorías petulantes y vacuas, a nuestros políticos de chichinabo, de astracanada permanente, de cargos por duplicado y sueldos generosos, a nuestros chicos de una cosa y de la otra, se les ve tanto el plumero que echamos de menos a los políticos de antes. Yo no puedo por menos que desearles un curso político en el que saber usar el bozal en beneficio propio. No decir una cosa y la contraria, el envés de la trama. No ofrecer humo y hacer creer espejismos. No llamar a las cosas por el nombre de su opuesto. Quizás nos hagan reír o quizás nos indignen, lo que es bien seguro es que nos aburren. Que convoquen elecciones y ya verán lo bien que se da la vuelta a las tortillas. Yo de ti no me arriesgaría, forastero.


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