La península ibérica amaneció el 28 de abril de 2025 envuelta en una inusitada quietud eléctrica. Calles en penumbra, trenes detenidos, ascensores paralizados y hogares desconectados marcaron el ritmo de una jornada que ya ha quedado inscrita con tinta negra en la historia energética de España y Portugal. Lo que comenzó como un fallo aún por esclarecer se convirtió, en cuestión de minutos, en uno de los mayores apagones del siglo XXI, afectando a más de 58 millones de personas. Y sin embargo, la respuesta —más humana que técnica— fue lo que evitó que el caos se apoderara de las ciudades.
Un colapso sin estruendo
A diferencia de los grandes apagones de Norteamérica en 2003 o de la India en 2012, este evento se sintió más como una pausa que como una hecatombe. Las infraestructuras críticas, como hospitales, aeropuertos y sistemas de emergencias, resistieron gracias a generadores de respaldo y protocolos activados al milímetro. Las ciudades no colapsaron. No hubo estampidas ni saqueos. En lugar de eso, la ciudadanía reaccionó con una serenidad que sorprendió incluso a los responsables de seguridad y emergencias.
Las redes sociales, aún disponibles gracias a la autonomía de los teléfonos móviles, se convirtieron en la linterna colectiva. Desde ellas, REDEIA —operador del sistema eléctrico español— y su homóloga portuguesa REN, informaban en tiempo real, calmaban ánimos y aclaraban dudas. Y junto a los smartphones, la radio analógica vivió un inesperado renacimiento: esa vieja aliada que ya fue crucial durante la DANA o Filomena volvió a ser el hilo de voz que conectó a millones de personas con el exterior.
Coordinación contra el abismo
Aunque las causas exactas del colapso eléctrico siguen en investigación, las primeras hipótesis descartan sabotajes o ciberataques. Todo apunta, por ahora, a un fallo técnico en cadena. Pero la clave no estuvo tanto en el origen del problema como en la rapidez con la que se logró aislarlo. La coordinación entre REDEIA y REN fue ejemplar. La experiencia acumulada, las inversiones en tecnologías inteligentes de detección de fallos y los protocolos de contingencia activados en tiempo récord permitieron contener el daño antes de que alcanzara a otras zonas del continente.
Gracias a esa reacción, lo que pudo haber sido un apagón continental quedó circunscrito a la península. Y lo que parecía un caos inminente se tornó en una lección de resiliencia.
La ciudadanía, protagonista invisible
Más allá de los operadores eléctricos y los técnicos de guardia, el verdadero protagonista del 28-A fue el ciudadano anónimo. El que supo esperar, que compartió una linterna con su vecino, que llamó solo cuando fue necesario y que entendió que en situaciones así, la calma también salva vidas.
No hubo escenas de pánico. Las fuerzas de seguridad no reportaron incidentes de gravedad. Las llamadas a emergencias se multiplicaron, sí, pero fueron en su mayoría informativas. Y desde pequeños pueblos extremeños hasta grandes ciudades como Lisboa o Madrid, la misma actitud: paciencia, prudencia, civismo.
Europa toma nota
La Comisión Europea ya ha anunciado una investigación exhaustiva del caso, que servirá para reforzar las políticas de interconexión y almacenamiento energético. Este apagón ha sido un duro recordatorio de que la autosuficiencia tiene sus límites y que la transición energética —con el crecimiento de las renovables— requiere una infraestructura más flexible y preparada para imprevistos.
El 28 de abril no solo se apagó la luz en España y Portugal. Se encendieron preguntas cruciales sobre el futuro de nuestra red eléctrica. Pero también, y más importante, quedó demostrado que incluso en la oscuridad, un sistema bien preparado y una sociedad cohesionada pueden evitar que el desastre sea más que un susto.